Las ciudades intermedias se definen como aquellas que, sin alcanzar la escala masiva de la metrópolis, presentan una complejidad suficiente que las distingue de los poblados pequeños. Generalmente, presentan una relación estrecha y armónica con su área rural o
hinterland, y su tejido urbano compacto ofrece una inigualable calidad de vida. Permiten un ritmo más reposado y una relación con la comunidad más estrecha. Con menos problemas de desplazamientos, son más sostenibles y, supuestamente, menos contaminadas.
Pero en Latinoamérica, las ciudades intermedias tienen bastante de marginalidad y provincianismo; una importante dosis de postergación y pobreza, que las ha configurado más como distopías que como paraísos urbanos. Generalmente, estas se originan y mantienen girando en torno a una sola actividad económica del sector primario. Por crecimiento vegetativo consiguen atraer comercio y servicios suficientes, pero los sectores denominados “cuaternario” (la educación y la ciencia) y “quinario” (la cultura y las actividades sin fines de lucro) son más tímidos: sin un programa de desarrollo estable, el capital humano no se decide –ni tampoco puede– abandonar la seguridad de las grandes urbes.
Por ello resultan tan encomiables los esfuerzos que hay detrás de territorios como Curicó y sus innovadores emprendimientos en la industria de la comida y el vino; Valdivia y su desarrollo de la cultura y la ciencia; o del increíble capital humano que empuja un crecimiento con identidad en Puerto Varas. Iniciativas fundadas en un inagotable entusiasmo de particulares que parecen estar haciendo más por la descentralización que el Estado y sus políticas.
En Chile, las capitales provinciales y todavía, varias capitales regionales, tienen un tamaño preciso y muy atractivo para la vida familiar. No así para los más jóvenes, ávidos por el frenesí cultural y la comparativamente infinita oferta laboral y de formación que ofrecen las grandes urbes. La descentralización debe apuntar a fortalecer el establecimiento de aquellos sectores atractivos para las nuevas generaciones y que aportan una complejidad sostenible a las pocas ciudades que aún ofrecen un promisorio porvenir.