La guerra comercial entre Estados Unidos y China tiene a medio mundo con el corazón sobresaltado y el colon a dos manos. Se desgañitan los corredores de bolsa, se espantan los inversionistas, se persignan los ministros. ¿Salimos arrancando, aguantamos el chaparrón o qué hacemos? ¿Quién ayuda?
En tan dramáticas circunstancias, un consejero económico prudente le diría: depende.
Depende de cuál sea su horizonte de inversión, pues. ¿Corto, mediano o largo plazo?
En el fútbol chileno, que también transa en bolsa, esta pregunta clave seguramente se formula en los directorios de los clubes: ¿dónde ponemos la plata, caballeros? ¿Adónde estamos apuntando?
De vez en cuando, desde esas mesas se dispara alguna idea que va más allá del comidillo del torneo, del alegato contra el árbitro, del dime y direte directivo: se anuncia por aquí la construcción de un estadio; se promueve por allá un proyecto revolucionario para las divisiones menores; se activa acullá una política de fidelización de los hinchas...
Hay en el horizonte de estos empresarios, se nota a ratos, algo más que la adrenalina de la próxima fecha.
Pero una cosa es anunciarlo y otra, hacerlo. Y mantenerlo en el tiempo. Hay que saber sobrellevar el estrés mediático, la altísima rotación de personal (¿dónde estará en este preciso momento el profesor Arias?) y la medición pública permanente, elementos que hacen de esta industria una presa fácil del cortoplacismo, antes de agarrar el timón firme y moverse en las aguas de los plazos más largos, que sin duda ofrecen una rentabilidad interesante.
Por ejemplo, si un club es capaz de proveerse ahora, en agosto, de refuerzos, pero no para apagar un incendio ni apañar al tercer técnico en un año sino para ir cerrando ya el plantel que jugará la Copa Libertadores del próximo, ahí hay una señal.
Si los contratos de esos refuerzos son gestionados por un gerente deportivo que lleva nueve años en el mismo cargo, ahí hay otra.
Si las series menores —sector crucial del negocio— son dirigidas hace cuatro por un exseleccionado mundialista con rango de gerente y su producción logra nutrir sistemáticamente al primer equipo, rejuveneciéndolo, ahí hay otra más.
Y si las disputas de poder internas —que las hay en todos lados, para qué vamos a satanizar al fútbol por eso— se resuelven de manera, digamos, civilizada, o al menos sin mayor escándalo, pues tenemos una cuarta señal.
Que luego este mismo equipo vaya puntero holgadito, haya ganado tres de los últimos cinco torneos, tenga el plantel más rico línea por línea y esté alistándose ya para reivindicarse en el plano internacional, bueno, pues, cualquiera diría que es una consecuencia lógica de lo expuesto más arriba.
Si a eso le sumamos un proyecto ambicioso, manejado discretamente, que involucra nada menos que 30 millones de dólares y pretende remodelar un estadio —propio— que ya se le hace chico a un público creciente, el círculo se cierra completo.
Si hay una guerra comercial allá afuera, la Católica parece tener todos los paraguas a mano.