Claudio Bravo ha tenido el gran mérito de retornar a la actividad sin demostrar asomos de la tremenda lesión que lo tuvo alejado de las canchas por cerca de un año. El chileno fue figura en el triunfo por penales de Manchester City ante Liverpool, que le dio el título de la Community Shield a los “ciudadanos” y, claro, de inmediato se introdujo el tema del retorno del jugador a la selección nacional.
Si fuera simplemente un tema de rendimiento, no hay duda de que Bravo debería estar en la nómina que elaborará Reinaldo Rueda para el amistoso con Argentina en la fecha FIFA de septiembre. El portero es como Alexis Sánchez y Arturo Vidal: un futbolista de élite mundial. Pero no nos hagamos los inocentes: su retorno a la Roja no tiene que ver solo con esos aspectos. Bravo tiene un conflicto que ni 10 penales atajados ni 30 salidas como líbero pueden resolver. Lo que hoy lo tiene lejos de la selección es una suma de conflictos que se han convertido en una madeja que hasta ahora nadie ha podido desenredar.
Vamos por parte.
Bravo no goza hoy de la buena voluntad de los actuales líderes del camarín. Vidal y Gary Medel se sintieron traicionados por quien fuera capitán histórico de la selección más ganadora de la historia por develar —o al menos dejar entrever— casos de indisciplina vividos en las eliminatorias mundialistas. Complicado. Entre los históricos, Bravo solo tiene un aliado en el plantel, Alexis Sánchez, pero carece de la fuerza para imponer su regreso sin condiciones. Le exigen disculparse y el golero no quiere o siente que no debe hacerlo, así que se seguirá girando en banda hasta que alguien ceda. O muestre trazas de grandeza.
El otro frente abierto para su retorno es Rueda. Al colombiano no le gustó que el portero rechazara su primera convocatoria —donde se suponía debían resolverse los problemas internos del plantel— y por eso avanzó en la estructuración de su equipo si considerarlo. No se hizo mayor drama y alentó la aparición de nuevos cuidavallas, encabezados por Gabriel Arias. Y seguirá por esos caminos, porque el DT también siente que Bravo tiene que dar pasos previos para su retorno. Y eso significa no solo jugar ni hacerlo bien, sino que debe comprometerse con el proceso y no con sus particulares ideas de liderazgo. Si no es así, el meta será para el técnico una figura de colección a la cual se puede mirar, pero no utilizar.
Por último, el arquero del City enfrenta una evidente distancia con los directivos. Es cierto que el foco de conflicto lo vivió con la administración anterior de la ANFP, encabezada por Arturo Salah. Pero la actual mesa está más que advertida que el excapitán no se considera solo un referente interno, sino que también una especie de líder que puede incluso traspasar los lógicos límites de su condición de jugador incomodando al poder establecido. Y eso crea distancias.
Está difícil la cosa.
Hay demasiadas ventanas abiertas como para aventurar un regreso de Bravo a la selección. Si fuera solo por atajar, no habría problemas. Pero no es el caso.