No sorprende que Alfredo Arias fuera cesado por Azul Azul. Lo que sorprende es el procedimiento, porque la U no se derrumbó después del receso, sino que siguió en una tendencia que, según se encargaba de recalcar su saliente entrenador, los tenía invictos desde hace rato a punta de empates. Por ende, podrá decirse que la dirigencia dejó pasar la opción de cambiarlo cuando comenzó el receso y había todavía tiempo suficiente para inocularle trabajo a este desastroso momento.
Si confiaron en su labor entonces y lo observaron durante estas semanas —y en la Copa Chile— fue porque algo vieron y que dejaron de ver tras los empates ante Palestino y Audax. El equipo no jugó bien y la falta de liderazgo del uruguayo se dejó sentir en dos partidos que comenzaron con resultado a favor y se enredaron lastimosamente en malas decisiones y cambios equivocados.
La reflexión más escuchada por estos días fue que “lo que mal empieza mal termina” y el lastimero discurso del entrenador nunca sintonizó con el momento que vivía el club, apelando más al factor emocional que a un decidido golpe de timón que modificara el rumbo.
Inevitable era su salida. Pero su reemplazo nos pone de inmediato frente a otra paradoja. En su primer análisis al incorporarse al directorio, Rodrigo Goldberg y Sergio Vargas diagnosticaron la urgencia para intervenir el trabajo de las series menores para recuperar el sentido futbolístico y la mística perdida, y para lograrlo fueron a buscar a Hernán Caputto, quien optó por dejar a la selección chilena Sub 17 clasificada al Mundial para enfocarse en esta nueva misión.
No alcanzó a iniciar su labor cuando lo convocaron a apagar el incendio, lo que es otra contradicción a los postulados de la institución. Priorizar lo urgente por sobre la proyección no iba a ser la ruta elegida, nos dijeron. Y en la emergencia, otra vez la búsqueda fue por la inversión acelerada, ansiosa, inmediata, por más que existe certeza de que el plantel estructurado para este año es generoso, aunque desbalanceado.
Parece haber consenso entre los asesores que hay que modificar el esquema de juego, poblar la zona de volantes y comenzar a jugar —como se repite en el ambiente— sin importar el brillo, sino el resultado. Si Caputto fracasa en ese intento, su proyecto para el club habrá muerto sin haber nacido, porque así se ha escrito muchas veces la historia. Y si consigue el objetivo de salvar al club del descenso, será poco probable que pueda dejar el barco principal, lo que enfrenta a sus dirigentes en otra disyuntiva: ¿buscan de inmediato a un reemplazante que se haga cargo de la formación o se sientan a esperar el final de la historia de Caputto en la lucha por evitar el descalabro? En otras palabras, Azul Azul reitera la más arriesgada de las apuestas, que es instalar técnicos en situaciones incómodas, que condicionarán su tarea y que obligan, quiéranlo o no, a balbucear sus primeras frases dando explicaciones.