De asistir a “La ciudad de los Césares” sorprende el gran contingente de seguidores del escritor Jorge Baradit, que colman la sala para ver su debut como dramaturgo, en coautoría con Marco Antonio de la Parra. Nueva veta que suma a su popularidad como divulgador de la historia nacional a través de su trilogía superventas, y su incursión también exitosa en la narrativa fantástica y como panelista televisivo.
Aquí plantea una distopía posapocalíptica en un futuro mediato, en un Chile a punto de desaparecer tras la caída de un meteorito sobre la placa de Nazca. En medio de la violencia y el caos de la confusa guerra civil que estalla, dos hombres se abren paso en pos de la mítica Ciudad de los Césares. Uno de ellos anhela reencontrar a su esposa e hija que huyeron para refugiarse en ella, el otro es un androide que este secuestró para usar sus capacidades telepáticas en rastrear el paradero de su familia y guiarlo en la ruta.
Es una idea nada de desdeñable, bien escrita además, que despliega su aventura retrofuturista de sobrevivencia extrema con atmósfera apremiante y estilo cercano al cómic; cuyo propósito es trazar una alegoría sobre el país que cada 40 años, asegura, sufre una convulsión devastadora, y no deja de soñar en que alguna vez alcanzará un orden, una democracia que nos dé paz y tranquilidad. Ese sentido simbólico de utopía imposible es el que se le atribuye aquí a la legendaria ciudad llena de riquezas y de ubicación cambiante.
La ficción entonces tiene un lado grandioso y solemne, y otro más ilustrativo, algo pedestre. El texto se llena de referencias a hechos y personajes del pasado reciente, a parajes ya desaparecidos; hasta se canta más de una vez un bolero
hit en los años 60. Otro rasgo determinante es su total incerteza: nada de lo que dice se debe dar por seguro. No se sabe dónde están, ni hacia dónde van, ni siquiera quién es quién. A poco andar el robot parece que no es tal, pronto se sugiere que este también es humano y luego ambas identidades se entrecruzan. Por si fuera poco, hay en la trama señales de inquietud mística y hacia el final aparece el factor tecno. Demasiado para apenas una hora de entrega.
La puesta de Sebastián Jaña (“Matar a Rómulo”) resuelve hábilmente la intensidad de la peripecia, apoyándose sobre todo en la sólida actuación de Roberto Poblete. En tanto, la singular iluminación, solo con tubos led de colores y la ruídica consiguen sugerir en el espacio vacío el ambiente de historieta futurista. Funcionaría mejor si Alex Zisis, el segundo actor, no hiciera—como siempre—de Alex Zisis; su ambiguo androide requería de muchos más recursos para convencer y despertar interés. Así, a medida que avanza la propuesta se vuelve cada vez más inverosímil y hasta extravagante. Da, sin duda, una impresión más fantasiosa que fantástica.
La pregunta ineludible es cuánto hay en lo que vemos de Baradit y de su coautor, quien —se informa— se abocó a editar sus aportes. Pero en el resultado final parece predominar el oficio de De la Parra en el manejo de la palabra como acción dramática; su sello también se asoma en el aire de desvarío y esencial desconsuelo de la ficción. Por ende, es preferible que los
fans del escritor esperen su próxima pieza teatral en solitario, para aquilatar sus reales dotes como dramaturgo.
Sala La Comedia. Jueves a sábado, a las 22:00 horas. Hasta e 17 de agosto.