A. M. Homes (1961) ha sido tan efusivamente celebrada por la crítica y aplaudida de modo tan exagerado por sus propios colegas, que cuesta abordar con un nivel de serenidad cada nuevo libro suyo. Aparte de encontrársele méritos literarios sublimes, por regla general se la califica de transgresora, sediciosa, rupturista, en fin, lo más rebelde que se ha visto en las letras norteamericanas. Y la verdad es que Homes no tiene nada de ello. Puede ser cierto que sus obras dejan al desnudo determinados aspectos desagradables de la cultura de su país, aunque la prosista pone el acento en formas de vida vacías e irrelevantes. El espectro humano que Homes disecta, mediante un estilo seco y expresivo, es la clase media alta o alta de su patria, vale decir, personas que nunca han tenido problemas económicos y que poseen de sobra los bienes que para la mayoría de la gente son escasos. Estos rasgos se hallan presentes en los seis títulos de Homes ya traducidos al español y sobre todo en
Días temibles, su último ejemplar. En verdad nada hay de reprochable en los temas y el escenario que cada escritor elige y así como no podríamos esperar de Jane Austen o Henry James ficciones sobre el movimiento obrero, tampoco tenemos derecho a pedirle a Homes que publique novelas acerca del terrorismo islámico.
Sin embargo, en
Días temibles, colección de doce relatos, hay algunos denominadores comunes que, por decirlo con todas sus letras, son irritantes. Prácticamente todos los personajes viven obsesionados por la dieta, por los ejercicios diarios para mantenerse atléticos, por ese culto al físico que es una evidente expresión de paranoia. Casi sin excepción, todos son vegetarianos, veganos, animalistas y tienden a caer en la bulimia, la anorexia y otras afecciones, porque tragan comida macrobiótica o mastican una lechuga al día. Y hay aun más: cada uno suele hacerse muchísimas operaciones de cirugía plástica, reducciones abdominales, instalaciones de bótox, alteraciones corporales y toda clase de intervenciones que supuestamente mejorarían su apariencia. Esta suerte de paroxismo para verse bien, llega a niveles inconcebibles: en el relato “Hola a todos”, un marido abandona a su esposa debido a que no le gusta cómo quedaron sus senos tras los costosos implantes que le hicieron, sin perjuicio de que fue él quien los exigió. El maquillaje, los cosméticos, las cremas y el resto de la industria estética ocupa un lugar central en
Días temibles.
Otro dilema serio de este volumen reside en que casi todos los episodios que contiene están compuestos íntegramente por diálogos y esto vale tanto para los argumentos de extensión breve —“Todo genial menos por la lluvia”, “Sé mía”—, como para aquellos que pertenecen más bien al género de la novela corta —“Días de ira”, “Punto Omega”—. Al leerlos, da la impresión de que uno asistiera a una pieza de teatro, con la diferencia de que en estas hay indicaciones en torno al porte de los actores, a los muebles, a las voces y a muchos otros factores. En cambio,
Días temibles está conformado por conversaciones interminables en las que llega un punto en el que no sabemos quién está hablando, por más que volvamos páginas atrás.
Dicho lo anterior, pueden destacarse algunas crónicas interesantes. “Días de ira” transcurre durante un congreso sobre el genocidio en el que participan una famosa narradora y un corresponsal de guerra. Cada integrante lleva un documento en el que plantea sus posiciones acerca del conflicto en Siria, las masacres en Sudán, las limpiezas étnicas en la ex Yugoslavia u otras manifestaciones de violaciones a los derechos humanos. Solo una invitada se refiere al Holocausto judío. No obstante, el énfasis está centrado en la relación entre Eric y Rakel, en los asuntos domésticos que les atañen o en la cháchara inútil por lo que poco importa el horror del mundo actual. “Muestra nacional de pájaros” es la historia más extensa de esta compilación y está redactada enteramente en base a correos electrónicos u otras expresiones virtuales en las que toman parte dos seres anónimos: una coleccionista de cacatúas, cotorras, loros u otros especímenes voladores, quien reside en un lujosísimo departamento de Nueva York, y un soldado que detalla desmembramientos, estallidos de bombas, carnicerías surtidas, de manera que el intercambio adquiere indicios francamente repelentes: ella está únicamente preocupada por el bienestar de sus aves y él se limita a contar experiencias horrendas y a escapar de la muerte. Así, en vez de componer una narración que podría ser terrible, Homes parece más interesada en una suerte de divertimento con ribetes surrealistas.
Desde luego, Homes es imaginativa y tenemos un par de aventuras bien logradas. “Un premio para cada jugador” describe la odisea de una familia de cuatro miembros mientras hacen las compras en un supermercado. Luego de varios hurtos y trampas en compañía de su señora e hijos, Tom, el jefe del hogar, se ve súbitamente convertido en candidato a la Presidencia de Estados Unidos. “Punto Omega”, por su parte, expone las vicisitudes de un grupo donde nadie sabe de dónde proviene, si bien a la postre todos resultan chinos. En esta oportunidad, Homes recurre al realismo mágico, lo cual, aun cuando no sea convincente, constituye un incidente refrescante.
En síntesis,
Días temibles refleja la decadencia del imperio americano, por más que la visión sea fragmentada y bastante discutible.