La cinta tiene poco más de 70 años, pero sigue siendo sorprendente y cautivadora. Es Howard Hawks en su mejor expresión. Hawks hizo pocos
westerns, quizás porque vio el espacio bien cubierto por su amigo John Ford, al que admiraba sin reparos. Pero entendía el wéstern perfectamente, como entendió con un talento único prácticamente cada género que exploró. Para Hawks el cine de género, más que una camisa de fuerza era su medio natural, una ropa cómoda, una cancha demarcada donde jugar a sus anchas. En ese sentido, “Río Rojo” (1948) es también hija de su tiempo, del sistema de estudios de Hollywood y de una escuela de profesionalismo que hoy tiene sus energías orientadas en otro sentido.
“Río Rojo”, en el papel, parece sencilla. Es la década de 1850 y Thomas Dunson (John Wayne) abandona la caravana en que se dirige al oeste, porque quiere cruzar el río Colorado y fundar su propio rancho. En la caravana deja a la adorable Fen (Coleen Gray), pues lo que viene es demasiado peligroso. Sin embargo, como en una tragedia griega, lo que se quiere evitar sucede, precisamente porque trata de evitarse: cuando Dunson ya está muy lejos para hacer algo, la caravana es atacada por indios y Fen muere. Del desastre, sin embargo, sobrevive un niño perdido, Matt, que Dunson acoge. Catorce años después, poseen un rancho y diez mil cabezas de ganado, pero la Guerra Civil ha arruinado al sur de Estados Unidos y nadie puede pagar un centavo por su carne. Para salvar el desastre deben llevar el ganado a Missouri, a 1.600 kilómetros, y atravesar desiertos, ríos, cerros y territorio comanche. El duro viaje pondrá a prueba la relación entre Dunson, Matt y el resto.
Hawks convierte a Dunson en un tirano, que exige lealtad y dispara sin titubear, eternamente ensombrecido por haber abandonado a su muerte a la única mujer que ha amado. Así, por una parte, la cinta es un retrato de la ambición empresarial, de la tenacidad, energía y fría resolución que se necesita para fundar un imperio. Pero a la vez, es sobre la construcción de América, de la sangre, la violencia y, cómo no, la épica que hay detrás de esta civilización.
Como bien dice el crítico Robin Wood, Hawks, a diferencia de Ford, rara vez realiza encuadres “bellos”, sin embargo, “‘Río Rojo' está visualmente entre de los wésterns más impresionantes”. La forma en que trasmite el paisaje, la lluvia, el polvo, la densidad de las nubes, el lento paso de los kilómetros, los sonidos de la noche, al tiempo que es majestuoso produce el efecto de estar en medio del viaje. Se siente en la piel lo que significa llevar diez mil cabezas de ganado a través de 1.600 kilómetros. Esto es necesario para que el espectador entienda qué enfrenta Dunson y, también, por qué se trata de una figura tan grande, tan temible y de características tan míticas. Como buen relato fundacional, por lo demás, este acento mítico está especialmente buscado. La narración abre con un texto escrito y recurre cada tanto a él, lo que ayuda a resumir algunas elipsis, pero también a reforzar su aire legendario.
“Río Rojo” es, en última instancia, sobre la herencia, el legado. En cada entierro Dunson lee de la Primera Epístola de San Pablo a Timoteo (“Porque no hemos traído nada a este mundo y nada podemos llevarnos de él”), pero su ilusión es dejar algo. Le ofrece a Tess (Joanne Dru) la mitad de su reino a cambio de un hijo. Cuando ella, enamorada de Matt, lo rechaza, quizá termina de entender quién ha sido siempre su hijo y cómo merece también su legado. El final, que aparece algo forzado, obedece a esta lógica. Morimos, pero dejamos –ojalá– hijos, un rancho, lazos, una historia que merezca ser contada.
Río Rojo
Dirigida por Howard Hawks
Con John Wayne, Montgomery Clift y Joanne Dru.
Estados Unidos, 1948
133 minutos.
Disponible en Google Play.