El año 711 después de Cristo los árabes iniciaron la invasión de España. Rápidamente capturaron casi completa la península ibérica. Erradicaron —o sometieron— a la cristiandad que habitaba ese territorio e instalaron allí el dominio total del Califato de Damasco.
Metafóricamente hablando, la difusión esta semana del informe encargado por los jesuitas que validó las denuncias de abusos contra del excapellán del Hogar de Cristo, Renato Poblete, pone a la orden religiosa en riesgo de devastación, como les ocurrió a los cristianos españoles que debieron inclinarse ante los moros.
De ahí proviene, de hecho, la expresión de “moros y cristianos”, que se emplea para referirse a fuerzas opuestas, antónimas. También está el famoso acompañamiento culinario de nombre “moros y cristianos”, que consiste en un plato de arroz con porotos negros. Los blancos en contraste con los negros.
Los cristianos, finalmente, enfrentaron a los moros y los expulsaron de España. Les tomó siglos. Los Reyes Católicos recuperaron el último bastión de Granada.
Pero en nuestra analogía el asunto es más complicado. Los jesuitas no están recibiendo una crítica feroz solo de sus enemigos, sino también de sus amigos. Están siendo bombardeados por moros y cristianos.
Los cristianos están furiosos, con justa razón. Repudian la “doble vida” que llevaba Poblete y hasta lo acusan de “disfrazarse de jesuita”, como dijo esta semana el cura Felipe Berríos. Pero todas las críticas que vienen desde esta vereda buscan, a la larga, salvar a la Iglesia. Quieren abrir la herida con fines antisépticos, para que, luego de limpiarla, cicatrice y cierre bien.
Pero hay otros que también quieren abrir bien la herida… con un objetivo distinto. Son los anticlericales. Su manoseo de la herida abierta terminará infectándola, con el riesgo de provocar una septicemia fatal. Es una oportunidad inmejorable para avanzar en la erradicación de la iglesia, la religión y el opio del pueblo.
Es decir, esto es moros y cristianos juntos, del mismo lado, atacando un mismo objetivo, con buenas razones, pero propósitos opuestos. Legítimos ambos, si se quiere. Algunos tratando de salvar a la Iglesia, por el bien social que aporta, otros intentando eliminarla, porque no aportaría ningún bien social.
El problema es el tercer grupo: los que no son ni moros ni cristianos, sino aquellos que sacan provecho político de todo. Los llamo los “parásitos políticos”. Nunca crean nada, no hacen ningún aporte, sino que observan los hechos de la política esperando que pase algo, que alguien cometa un error, para llevar agua a su molino.
Son los que pidieron estatizar el agua en Osorno al primer día del corte; son los que popularizaron el hashtag #tongo el día en que le enviaron un paquete bomba a Rodrigo Hinzpeter, cuando el hashtag debió ser #todossomoshinzpeter.
Son los mismos que ahora están tratando de convertir a quienes fueron amigos, seguidores, colaboradores o donantes de Renato Poblete en cómplices de abusos.
La inesperada alianza moros-cristianos puede ser complicada en estos días. Pero lo importante será denunciar a los “parásitos políticos”; que aparecen en los desastres y se aprovechan, igual que los pungas que asaltan a los pasajeros que acaban de verse envueltos en un accidente de tránsito.