Boris Johnson, Primer Ministro de Gran Bretaña, está en el centro de un huracán. Asumió una tarea casi imposible. En 90 días debe cumplir su promesa de resolver el Brexit, la salida de la Unión Europea (UE). Si no lo logra, probablemente debería renunciar el 1 de noviembre, fecha mortal. También podría forzar llamar a elecciones, que no garantizan su sobrevivencia.
Los británicos, hastiados por la interferencia de la UE en sus asuntos internos, en junio de 2016 votaron favorablemente por el retiro del proyecto europeo. Desde entonces se intenta negociar las condiciones del divorcio y llevar adelante esa decisión mayoritaria y democrática.
Theresa May no fue capaz de convenir una fórmula satisfactoria. Sus propuestas fueron rechazadas tres veces por su Parlamento; debió renunciar. Johnson fue electo en su reemplazo.
Boris Johnson es un político talentoso, de cultura superior, brillante columnista y escritor, exitoso alcalde de Londres, experimentado parlamentario, excanciller y líder del Brexit en el referéndum. Así y todo, es motivo de ácidas descalificaciones: impropiamente se le pretende asemejar a Donald Trump. Nada que ver. Solo se parece al Presidente en la provocación y en la incombustibilidad frente a sus transgresiones. Se le reprocha exagerar los montos de los pagos de Gran Bretaña para financiar a la UE, sus líos sentimentales y opiniones apartadas de convenciones políticamente correctas.
No soy objetivo para calificar a Boris Johnson. Admiro su inteligencia y cultura. Lo conozco personalmente, por muchos años he sido lector de sus artículos en Spectator, y guardo un afectuoso autógrafo en una de sus obras.
Boris Johnson es aire fresco frente a otros patéticos políticos británicos como Theresa May, Jeremy Corbyn y Nigel Farage. Es todo lo contrario de algunos gobernantes europeos arrogantes y sin humor, como Macron, o sin carisma, como Ángela Merkel.
El mayor defecto del Primer Ministro no está en su personalidad. Es haber prometido un Brexit con o sin acuerdo con la UE, sin medir adecuadamente sus extremas complejidades y los riesgos para la economía y la unidad de Gran Bretaña. Podría desencadenarle una recesión, la independencia de Escocia y la separación de Irlanda del Norte. Las catastróficas predicciones pueden ser exageradas, pero no las formidables dificultades para evitarlas. Cuenta con minoría en el Parlamento y la UE parece inflexible, determinada a imponer condiciones tan inaceptables como los controles fronterizos entre las dos Irlandas.
El fracaso de las negociaciones entre Gran Bretaña y la UE será una derrota costosa para ambas partes, incluso para el comercio y la seguridad global. Cualquiera sea el desenlace, Chile ha adoptado previsiones para mantener la continuidad del comercio con Gran Bretaña: en diciembre del año pasado, negoció un acuerdo de libre comercio con el Reino Unido.
Chile está a salvo del Brexit. Boris Johnson, en grave peligro. Su negociación para recuperar la soberanía británica puede ser demasiado costosa.