Apenas contenía las lágrimas Francisca Rivas mientras la entrevistaban en directo para la televisión: “Nos sacamos la cresta por esto, dejamos nuestras familias, la pega, la vida profesional, todo”, decía entre sollozos y miraba a Pilar Mardones, su compañera. Acababan de perder en cuartos de final ante las argentinas, el sueño de una medalla se había desvanecido y las emociones estaban ahí, a flor de piel: “Es demasiado difícil sobresalir y la gente no entiende. Sigan apoyando los deportes, en Chile no todo es fútbol”, decía Rivas, aún media enarenada y, pese a todo, feliz en Lima.
Rivas tiene 32 años y es profe de Educación Física. Su cuenta de Instagram, donde se aplica como “embajadora” de una serie de productos, indica más de 20 mil seguidores. Ha sido por años la mejor voleibolista de playa del país, es ciertamente reconocida en el medio, pero en estos Panamericanos probablemente alcanzó una exposición pública distinta. Y aprovechó el momento para pasar el aviso: “No todo es fútbol”.
Deportistas como Rivas, que para potenciar una carrera internacional necesitan imperiosamente de dinero privado (porque el público definitivamente no alcanza), ven con impotencia cómo esos billetes fluyen con alegría hacia los bolsillos de los íconos del fútbol y soslayan olímpicamente las manos extendidas de los cultores de otros deportes.
Se trata de una imagen recurrente y de un reclamo histórico: el fútbol se lo lleva todo. Se lleva la plata, pero también el “apoyo”, o sea, la audiencia en los medios.
Pero esto, que parece tan injusto, no es totalmente cierto. Tenistas, golfistas, basquetbolistas, rugbistas, handbolistas, atletas, pilotos y también voleibolistas de playa han logrado construir carreras profesionales. ¿Contra viento y marea? Claro que sí. ¿Con apoyo inicial familiar? Cómo no. ¿Con empresas que apostaron por ellos? También. Pero es una decisión libre: nadie te obliga a ser deportista profesional. No es un “derecho” que se pueda reclamar, ni aun alegando la representación del país. E incluso con auspicios, las posibilidades de fracasar en el intento de ganarte la vida así son altas. Para los futbolistas también.
¿Merecen Rivas y Mardones que alguna empresa se las juegue por ellas y puedan meterse sistemáticamente en el World Tour? Claro que sí, ya las apoyó un banco en 2017 y es probable que sea rentable para la marca que se decida. Y también para ellas: un torneo 5 estrellas como el de Viena, donde los Grimalt juegan esta semana, entrega 40 mil dólares a cada dupla ganadora (no hay “gap gender” en los premios acá). Pero quizás la petición de Rivas no apuntaba ahí. Desde la emoción, a lo mejor lo único que quería era lo otro, un poco de reconocimiento al esfuerzo, a los entrenamientos en invierno sin techo, a los sacrificios. Si es así, lo obtuvo: hasta el momento, la sintonía de CHV en su transmisión de Lima 2019 supera en un 38% la de TVN en Toronto 2015.
La gente se emociona con los chilenos en los certámenes multideportivos (Olímpicos, Panamericanos, Odesur) y también con la selección de fútbol. Poco más se transmite por la televisión abierta. Todo lo otro va por el cable, donde uno es libre de ver el deporte que se le antoje. Y ahí los números son contundentes: en el vivo, manda el CDF.
Y eso no es culpa de nadie.