La pianista Liza Chung, el pianista Pablo Terraza y los percusionistas Gerardo Salazar y César Vilca fueron los intérpretes en el undécimo concierto de la temporada del Instituto de Música de la UC. El concierto se realizó el martes en el GAM, en una sala abarrotada de un entusiasta público.
Al inicio, la “Introducción y Allegro”, de Maurice Ravel. La obra original fue compuesta en 1905 para arpa, flauta, clarinete y cuarteto de cuerdas, pero en esta ocasión se interpretó la versión para dos pianos, realizada por el propio compositor un año más tarde. La calidad del arreglo es tal, que si no se tiene el referente original a la vista parecería haber sido concebida desde un comienzo para dúo de pianos. Entre raudales de arpegios, transparentemente ejecutados, los pianistas impusieron la gran calidad de su toucher por encima de la dureza de sonido de los instrumentos utilizados, los que al final del concierto, con Bartók, se sintieron apropiados en términos de la sonoridad requerida.
Una de las características más distintivas de la música moderna y contemporánea, a partir de los años 30 del siglo pasado, fue la emancipación de parámetros que estuvieron por siglos sometidos a la primacía de lo melódico-armónico. Algunos se han referido a ello como el “fin de la era del Tono, para entrar en la era del Sonido”. Así es como el timbre dejó de ser ropaje de la Idea (lo melódico-armónico) para pasar a ser, autónomamente, una estructura en sí. Eso ocasionó, entre muchas otras consecuencias, que la percusión adquiriera carta de ciudadanía y se presenciara la aparición de obras señeras escritas para explorar las posibilidades de estos instrumentos. Un ejemplo fueron los dos dúos para percusión que se escucharon: “Losa”, de Emmanuel Séjourné, para marimba y vibráfono; y “Nómades”, de François Levert. Las dos composiciones exigen gran virtuosismo rítmico y los percusionistas Salazar y Vilca fueron estupendos intérpretes que despertaron una calurosa aprobación de la audiencia.
Al final del programa, un monumento, todo un clásico de la música del siglo XX: La “Sonata para dos pianos y percusión” (1937), de Béla Bartók, concebida para dos pianos y siete instrumentos de percusión a cargo de dos ejecutantes. La obra, fiel ejemplo del nuevo concepto de “ensamble” en la música de cámara, donde se abandonan las conformaciones instrumentales tradicionales para dar origen a exploraciones tímbricas ad-hoc, mantiene plenamente su originalidad y frescura, y su lenguaje, inconfundiblemente bartokiano, yuxtapone los agresivos recursos del piano (tratado como instrumento percusivo) junto a los momentos misteriosos y nocturnales (segundo movimiento). Soberbia la obra, y soberbia la versión de los cuatro intérpretes.