Primer estreno del dramaturgo Alejandro Sieveking, de actuales 84 años, tras ganar el Premio Nacional de Artes de la Representación 2017, “Todos mienten y se van”, su último texto, es una suerte de secuela o segunda parte (aunque él lo niega en el prefacio) de ”Todo pasajero debe descender”, obra suya que se dio en 2012 en el mismo escenario. De nuevo bajo la dirección de Alejandro Goic, esta pieza otra vez se centra en los dos septuagenarios —ella una veterana exdiva de la tele, de lengua viperina con fans que aún la recuerdan, él su amigo de toda la vida (y quizás su novio imposible)— que cinco años después se vuelven a refugiar en un café céntrico escapando de una manifestación callejera.
Sieveking concibió aquel divertimento —un texto menor, sin duda— como un tributo a la venerable actriz Bélgica Castro, para que se luciera. Lo escribió a la manera del poeta y maestro del cuento estadounidense Raymond Carver, cuyo sello minimal ya le había cautivado una década antes al adaptar cinco de sus relatos breves en el montaje “¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?”, que ofreció la misma sala con el autor dirigiendo y actuando junto a su esposa por más de medio siglo.
Ahora el Teatro UC, por tercera vez en 15 años, nos instala frente a una réplica del llamado realismo sucio con que Carver trazó en el tono más desangelado la cotidianeidad banal de unos seres comunes en situaciones nimias; un retrato de la existencia vacía de unos solitarios anónimos. Ello le valió al escritor el apodo de “el Chéjov norteamericano”, aludiendo por cierto al Chéjov cuentista, no a su faceta de dramaturgo; porque este estilo es bien poco apto para las tablas.
Sin Bélgica Castro, nos reencontramos aquí con Gregoria (hoy Anita Reeves) y Guillermo (Sieveking) que vuelven a conversar un café haciendo hora mientras se aleja una protesta. Aparecen asimismo el par de meseros que atiende el local, y un joven prostituto sentado en la mesa contigua que engancha a una pareja gay para hacer un trío. No hay más que eso, muy poco, casi nada. A mayor abundamiento el diálogo cita a Carver, y la iluminación busca sugerir la luz de las pinturas de Edward Hopper, cuyos lienzos se asocian a su atmósfera literaria.
Como esta propuesta fútil nunca articula algo que se parezca a un relato y conflicto no hay por ninguna parte, tampoco se puede esperar un desenlace. Hasta las réplicas irónicas esta vez no tienen mayor gracia. Las conversaciones son tan triviales que resultaría por completo irrelevante, si no fuera porque de ella se deduce un lejano eco de la indiferencia social de los chilenos, alienados por su individualismo, búsqueda del placer fácil, obsesión por la telefonía celular y estupidez. Ello lo subraya bien la puesta de Goic con la proyección al fondo de sombras de gente en movimiento.
A propósito del Fondart Nacional de Excelencia que financió la producción, la duda es: ¿Verán teatro a veces los evaluadores de los proyectos en concurso? Si lo hicieran de seguro no se le habrían asignado $56.000.000 al montaje de una pieza que ya se hizo y no tenía nada nuevo que agregar a lo dicho, ni en forma ni contenido. Como se anuncia más encima que ella integra una trilogía, uno no puede si no rogar a quien corresponda que, por favor, nos evite la tercera parte.
Teatro UC. Miércoles a sábado, a las 20:00 horas. Hasta el 17 de agosto.