La “Caperucita Roja” debe ser uno de los cuentos más fáciles de aprender. De hecho, pareciera ser el primero que uno aprende de memoria. Por lo tanto, en la medida en que en un momento liminar de la vida constituyó una experiencia nueva, sus imágenes son estructurantes. En nuestras cartografías psíquicas, el bosque sigue siendo el lugar de la incertidumbre y el extravío, y la propia casa el lugar donde podemos parapetarnos ante los embates de la tentación.
Con la “Caperucita Roja” se están haciendo siempre parodias, chistes, bromas de doble sentido, pornografía. Los cómicos de revista, lúbricos, insinuantes, sexualmente hambrientos, tarde o temprano se permiten la libertad de representar a la niña inocente. Es curioso este segundo travestismo satelitando la órbita psíquica de la “Caperucita”.
La complejidad de esta historia ha sido ejemplarmente analizada por Bruno Bettelheim en
Psicoanálisis de los cuentos de hadas, un libro que debiese ser revisado en su conjunto para entender ciertos fenómenos sociales de nuestros días. Los temas serios de nuestros contemporáneos tienen muchas veces motivaciones infantiles y no exceden el mundo de las hadas ni el del pensamiento mágico.
De todas las escenas del cuento, sin duda la más perturbadora es la del lobo travestido en la cama de la abuela. Es inquietante en el plano conceptual y en el plano de las sensaciones. Por de pronto, es la manera en que de niños conocimos la obscenidad: no solo porque el lobo —masculino, peludo y desnudo— se ha puesto la ropa de la anciana, impregnada de su intimidad, sino porque el atacante adopta —precaria pero efectivamente— la apariencia de la fragilidad y de esta forma invita a la niña a desnudarse y a ingresar a su cama. Lo obsceno y lo ominoso se ponen en el eje de la seducción.
La obra que me ha parecido más cercana al espíritu de la “Caperucita Roja” es “Cape Fear”, la famosa película. No solo porque el asesino se da el tiempo de disfrazarse de señora, sino porque ingresa en el hogar monolítico a través de una de sus sutiles grietas: la niña manipulable, fácilmente sugestionable, “desobediente”, débil ante la seducción concupiscente.
Muchas películas especulan con variaciones de este modelo: la posibilidad de que el mal pase, de manera solapada, todas las seguridades de la casa, todos los “detentes”, con el fin de destruir el núcleo esencial que lo sustenta. Eso sucede en “El inquilino” (la de Michael Keaton), en “La huérfana”, en “La mano que mece la cuna”, en “El sirviente”, en “Caso 39”, entre cientos.
Fernando Krahn, el gran ilustrador, hizo una vez un increíble chiste animado: un tipo cuenta ovejas para quedarse dormido. Una a una las ovejas llegan al umbral de su casa y luego dan un salto hacia adentro. Son muchas, el ritmo es monótono. Pero de repente —cuando el sueño está a punto de imponerse— lo que aparece en la puerta no es una oveja, sino el lobo jadeante que las sigue.