La posibilidad de ver en terreno a RiverPlate con Cruzeiro y San Lorenzo ante Cerro Porteño, en los partidos de ida de los octavos de final de la Libertadores, ratifica lo que observamos en la Copa América. El valor de la concentración defensiva, la intensidad en la mitad de la cancha y la dificultad para crear situaciones de riesgo forman parte del lenguaje habitual de los principales clubes del continente.
River, el campeón, no traiciona su intención de manejar la pelota, pero con bajas en el ataque, sus delanteros sintieron el peso de los zagueros de la Raposa. Así se está jugando en Sudamérica y da lo mismo la tradición. Internacional de Porto Alegre no dudó en guarecerse ante Nacional y se llevó la victoria de Montevideo. No se trata de gustos, sino de un dato relevante a la hora de observar cómo deben afrontar los cuadros nacionales sus aventuras internacionales.
Si observamos a los protagonistas de la Libertadores y también de la Sudamericana, apreciamos que los equipos están integrados por jugadores en plena edad competitiva. Los experimentados compiten, pero no son la columna vertebral. Son utilizados, nadie pone en cuestión su relevancia, aunque en su justa dimensión.
Una realidad opuesta a la que sucede en el medio local, donde el peso específico recae en los veteranos. Una política errada de Colo Colo y Universidad de Chile en el último quinquenio, en el que sus directivas optaron por dejar tranquilos a los hinchas más recalcitrantes, satisfacer inquietudes mediáticas y de los departamentos comerciales, creando grupos de poder al interior de los vestuarios que en definitiva bordean el cogobierno.
Lo vivieron esta semana la U, con la polémica de Johnny Herrera; y Colo Colo luego de la salida de Agustín Orión. En el caso de los azules, el portero genera un gallito inaceptable con el directorio, que en cualquier empresa o estructura de trabajo normal implicaría su salida inmediata. En el Monumental, la puesta en escena de los mayores, liderados por Esteban Paredes, aunque sin la presencia de Jaime Valdés, marcó la temperatura de los jugadores más influyentes del vestuario ante la determinación técnica deMario Salas, quien optó por la titularidad de Brayan Cortés y Darío Melo en la Copa Chile.
Azules y albos viven una transición enmarañada, porque las decisiones que sus entrenadores, directores deportivos y dirigentes tomarán (o deben tomar) son impopulares y provocarán un clima de difícil manejo. Los chilenos sabemos que las transiciones son complejas, dejan heridos, pero es necesario que en algún momento se tomen las medidas que todos reclaman, pero pocos se atreven a ejecutar.
Esta lógica instalada en los clubes grandes, donde los ídolos eligen retirarse cuando quieren, sin importar el destino institucional, caducó. Si el objetivo es transformarse en cuadros competitivos, capaces de batallar en la arena internacional, con un ritmo de juego diferente, es forzoso ponerse colorado y dejar de gobernarse a partir del aplausómetro que otorgan las redes sociales o algún medio o reportero, que no quiere enemistarse con un héroe que emprende la retirada.