Cuando Johnny Herrera se comió de manera grosera, amateur, un tiro de 40 metros de Heber García, un zurdazo bombeado que se le coló, mantequilloso, entre las dos manos para introducirse mansamente en el arco sur, el arco de “Los de Abajo”, el portero reconoció que se había “equivocado en forma rotunda”, pero no dramatizó demasiado: “Esto es fútbol. A veces te toca equivocarte y otras veces eres el mejor de tu equipo”.
Ese partido con Curicó en el Nacional terminó en empate 3-3, la U sumaba a esa altura seis duelos consecutivos sin ganar (con un humillante 4-0 de la Católica incluido) y en todos había estado al arco Johnny Herrera y en ninguno había sido el mejor del equipo. Al contrario, si la espantosa campaña azul tenía responsables individuales, uno de ellos era el capitán universitario.
Con el descenso mordiéndole los pies, las finanzas desmadradas y un elenco directivo que recién se va acomodando tras la impetuosa y contumaz presidencia de Carlos Heller, la U 2019 vive un momento crítico y no hay indicios de que su arquero histórico y emblema esté demasiado preocupado por el asunto. Ha mostrado comportamientos parvularios (fue a sentarse detrás del arco de De Paul en el superclásico), se ha refocilado en ninguneos adolescentes (despreció a Sergio Vargas, en una tontería de Instagram, cuando ya había asumido como dirigente) y ahora, en su calidad de macho alfa, ha dicho que le gustaría arreglar las diferencias con su entrenador “a la antigua”, o sea, a los combos.
Es difícil imaginar una secuencia que hable peor de un jugador: no respeta a quien legítimamente le ha ganado el puesto; no respeta a quien lo antecedió en admiración y reconocimiento; y no respeta a su jefe. Un desastre.
¿Se equivocó Alfredo Arias al decir que De Paul seguirá siendo titular a menos que se lesione? Probablemente. Ese tipo de declaraciones suele lastimar el delicado cutis de los futbolistas (de cualquiera), pero lo que Herrera parece no comprender es que salió del equipo no por capricho del entrenador ni por conspiraciones en su contra de los nuevos jefes: salió del equipo porque se estaba comiendo goles como los de Heber García. Hoy no merece ser titular en la U como no mereció un puesto en la selección que fue a la Copa América, pese a que Bravo se lo dejó en bandeja.
El arquero cuenta, por cierto, con el respaldo de las mentes superiores que integran la barra brava de la U (le cantan cantitos enternecedores) y esa lealtad parece envalentonarlo aún más en esta pasada, lo suficiente al menos para empujar su salida del club a como dé lugar.
En el año en que la U corre el riesgo de descender, a Johnny Herrera, símbolo mayor de la institución, no le interesa “aportar” desde el lugar que le corresponde (o sea, la banca de suplentes) sino que irse dando un buen portazo, uno muy viril y muy azul, que deje en claro qué es lo que realmente le importa en este delicado segundo semestre del club: él.