La trama de “Così fan tutte” (Mozart/Da Ponte, 1790) urde un enredo de apuestas, mentiras e infidelidades que motivó que fuera vilipendiada por gente como Wagner, Hanslick, Hofmannsthal y Taine. Es una ópera simétrica y equilibrada en lo musical, pero también es una obra de tesis; algunos dirían que es determinista, pues los personajes están en una ecuación matemática y tienen escasa libertad.
En estos tiempos de nuevo feminismo, la historia es políticamente incorrecta, pues se pretende constatar la inconsistencia y la volubilidad de las mujeres, mostrándolas cediendo a una propuesta amorosa alternativa: “Así hacen todas”. Esto sin duda encierra un mensaje machista, aunque también se podría ver desde otra perspectiva, ya que, al fin y al cabo, son ellas las que deciden que van a intercambiar parejas. “Io già decisi: prenderò quel brunettino” (“Ya he decidido: tomaré a ese morenito”), declara Dorabella.
Esta producción de “Così” es el capítulo final de la trilogía de Mozart ideada por Pierre Constant (régie) y Roberto Platé (escenografía). La planta escénica única sirve mejor que en “Bodas de Fígaro” y “Don Giovanni”, y no resulta claustrofóbica ni tan omnipresente, porque hay una gran apertura en el fondo que permite intuir un mundo exterior (la cercanía del mar, los cambios de clima) y el paso del día, a través de la intensidad con que la luz se cuela por las persianas (iluminación de Jacques Rouveyrollis realizada por Christophe Niallet). El uso de tonos pastel para el vestuario (Jacques Schmidt y Emmanuel Peduzzi), con la irrupción dosificada de colores más fuertes (ciertos trajes, las naranjas) logra una elegancia de tono vintage que ayuda a la ensoñación.
Constant exprime cada detalle para construir situaciones y caracterizar a los personajes, proponiendo soluciones atractivas, como iniciar la ópera en un sauna para hombres; el juego con el dosel de la cama de las hermanas, que se convierte en velo de novia; que Ferrando cante “Un'aura amorosa” mientras es escuchado a escondidas por Dorabella, lo que él por cierto advierte; la gran escena que organiza para “Come scoglio” de Fiordiligi, momento que es un guiño a las arias “da simile” de la antigua ópera seria. ¿Cosas de más? No. ¿Raras? Quizás esa imagen de San Sebastián a la que ellas se aferran y que termina convertida en percha para la ropa.
En la dirección musical, Attilio Cremonesi desconcierta. De pronto consigue bellos resultados sonoros (notables las maderas y el clavecín) y remite a la tradición barroca de la que venía Mozart, pero muchas veces usa tempi impredecibles, lo que complica las cosas a los cantantes, sin resolver lo que quiere conseguir en términos expresivos.
Mozart incluyó en esta partitura una inusual cantidad piezas de conjunto, desde el dúo al sexteto, aparte de los números individuales. El conjunto de voces funciona mejor en bloque que de manera individual, en el marco de un elenco de cantantes que están construyendo su carrera, definición general de la que se escapan el barítono José Fardilha, solvente como Don Alfonso, aunque de afinación inestable; y la soprano Paulina González, con gran experiencia en Chile, de bello color vocal pero incómoda en los temibles saltos por el pentagrama que exige Fiordiligi. Correctos Andrew Stenson (Ferrando), Rihab Chaieb (atractiva Dorabella), Orhan Yildiz (Guglielmo) y Marcela González (chispeante Despina), pero llama la atención la falta de dominio de las particularidades del recitativo mozartiano (quizás debidas a la cambiante velocidad proveniente del foso) y también la pronunciación tan difusa, en especial en el caso de las mujeres.