Son muy cercanos a Jesús, lo reciben con especial cariño y esmero. Y son, sobre todo, discípulos de Jesús. Sí, Marta y María, junto con otras mujeres, son discípulas de Jesús. Ellas lo acompañan, lo acogen, lo siguen. Y no nos olvidemos que en la tradición eclesial habrá también apóstoles que son mujeres, como es el caso de María Magdalena. Ella no forma parte del grupo de los 12, pero es reconocida por la tradición de la Iglesia como “apóstol de los apóstoles”.
El rol ministerial, desde un comienzo, estuvo vinculado a varones. Más tarde serán esos ministros los que formarán la estructura jerárquica de la Iglesia naciente. Pero mujeres cercanas a Jesús, discípulas e incluso apóstoles, fueron fundamentales en el nacimiento de nuestra Iglesia. Lo han sido siempre. Y lo son también hoy.
Sin duda, debemos acoger con seriedad y consecuencia el signo de los tiempos en que la mujer se posiciona de una forma distinta hoy en nuestra sociedad.
Es un desafío pendiente para la Iglesia entender cómo acoger e incorporar a la mujer —con su propio y valioso aporte femenino— en su estructura jerárquica y de toma de decisiones. Es el desafío de hacer conversar la tradición de la Iglesia con los signos de los tiempos. Hay aquí un importante y desafiante camino por recorrer.
La lectura también nos ofrece una segunda arista. La imagen de Marta y María muchas veces son presentadas como contrapuestas: la acción y la oración. Es bueno aclarar que Jesús no está reprochando en Marta el trabajo, ni está avalando en María la flojera. Las dos son discípulas. Marta refleja de alguna forma a quienes el trabajo y la transformación del mundo les urge, al punto de inquietarse y agitarse, pero que por esto mismo postergan el encuentro con el Señor y su palabra. Esta es la parte que el Señor mismo quiere resaltar de María: para ella la escucha de su Palabra es lo primero.
Hoy nosotros los cristianos tenemos que estar metidos en el mundo, atentos a lo que va sucediendo. Queremos conocer bien al hombre y sus preocupaciones, queremos abrirnos a los tiempos actuales, y dar una respuesta adecuada a los desafíos nuevos. Pero queremos ver esta realidad y comprenderla desde la luz del Evangelio. Es su Palabra la que debe orientar nuestra vida.
Por eso el Evangelio de hoy es tan importante. El Señor nos invita a que, como María, nos echemos a sus pies, como lo hace el discípulo a los pies del Maestro, y desde ahí nos dejemos iluminar por su Palabra.
Es con un oído puesto en el mundo y con el otro puesto en el Evangelio como el cristiano debe enfrentar los desafíos del mundo y dar respuesta apropiada. El compromiso apostólico y los proyectos pastorales, si no son guiados y precedidos por la Palabra, se reducen a un trabajo vacío que suele ser infecundo.
Marta aprendió la lección. La siguiente vez que la presenta el Evangelio es cuando muere su hermano Lázaro. En esa ocasión será María la que quedará en la casa recibiendo a los visitantes y ella correrá al encuentro con Jesús, donde tendrá uno de los más significativos diálogos sobre la resurrección y la vida.
“Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer. Así que se acercó a él y le dijo:
—Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude!
—Marta, Marta—le contestó Jesús—,estás inquieta y preocupada por muchas cosas,pero solo una es necesaria.María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará.”(Lc 10, 40-42)