Hay muchos ejemplos de movimientos incomprensibles del humano, como el deporte. No solo es este causa de torceduras, esguinces, quebraduras, raspaduras, aberturas de carnes, dislocamientos y mil otras incomodidades de las que se libran quienes, como servidor, lo evitan cuidadosamente, sino que Madre Natura se asombra hasta el colmo al ver que tales desagradables resultados son conseguidos sin razón alguna que los justifique. ¿Ha visto alguna vez, Madame, algún animal dedicado al
sport? Jamás una vaca se moverá un metro si no lo necesita para echarse un mejor bocado, ni una gallina correrá a no ser que persiga algún bicho o huya de otro. Jamás se ha visto un perro practicando elongaciones: cuando tiene que ir a alguna parte, va y se elonga espontáneamente. De lo contrario, se echa por ahí y ahí se queda hasta que se ofrece alguna verdadera necesidad.
Pero el
Homo sapiens no solo se dedica a insensateces deportivas, sino a muchas otras. Por ejemplo, a viajar “
sur place”. Cosa que tiene lugar cuando se embarca en un crucero cuyo punto de partida y punto de llegada no importan un bledo, sino solo el moverse y menearse en alta mar, sin más vistas que una masa de agua siempre igual y un horizonte desprovisto de todo atractivo. Peor, todavía: el movimiento contra natura que aquí se evidencia tiene lugar por un motivo que se podía alcanzar igual o mejor sin moverse: comer hasta perder el conocimiento.
Existieron,
in illo tempore, unos vapores italianos con nombres operáticos (Rossini, Verdi, etc.) en que se embarcaba la gente solo para comer en permanente agitación. Cierta hermana nuestra abordó uno de ellos en Iquique y desembarcó en Valparaíso sin haber visto todo el tiempo sino lo mismo (agua y más agua), pero con 8 kilos más de peso en el cuerpo. Por la plata pagada por ese absurdo traslado, que incluía el paso por las “alturas de Coquimbo” en que todo se zangolotea escandalosamente, podría haberse ido a almorzar y comer en el Crillón de Huérfanos una semana entera, y más reposada y finamente que lo que fue el caso en alta mar.
En varias oportunidades nos han ofrecido embarcarnos en Valparaíso, dar la vuelta por el Cabo de Hornos (ominosa perspectiva) y desembarcar en Buenos Aires solo para… comer. ¡Qué, cómo se puede comer cuando a uno lo separa del profundo abismo no más que un delgado suelo de metal que, con un pequeño e imprevisible accidente, se parte en dos y manda a los comilones a ser comidos ellos mismos por feas y enormes bestias acuáticas!
En fin. No hay como la cocina mesetera, tomada sobre tierra bien apisonada.
Lomo de chancho adobadoEn fuente para horno, ponga lomo de chancho con orégano, ajos, pimienta, comino, ají, ají color, sal, vino blanco seco. Luego de 4 horas, áselo al horno a fuego lento en la misma fuente.