En la última década, “Muchacho de luna” es el sexto montaje que dirige en Santiago el argentino Oscar Barney Finn, muy respetado y laureado en las tablas bonaerenses (también como cineasta), cuyo gran oficio y sabiduría teatral han hecho sin duda una loable aportación a elevar el nivel de nuestra cartelera. Casi siempre en asociación con el actor Paulo Brunetti, compatriota suyo que radicado en el país ha hecho carrera en la escena y la TV locales.
Su primer unipersonal acá —pero no en su trayectoria— con Brunetti como único ejecutante nace de su admiración por el universo sensible de Federico García Lorca, que conoce muy bien. En 2006 dirigió una aplaudida versión de “Doña Rosita, la soltera” en el Teatro Nacional Cervantes porteño, y antes, con ocasión de los 50 años del asesinato del poeta y dramaturgo granadino, realizó en 1986 un telefilme de igual título, “Muchacho de luna”, que obtuvo el Gran Premio del Festival de Biarritz.
Este es un espectáculo poético-teatral que en los 70 minutos que dura no evoca, más bien invoca el incomparable talento creativo del escritor, su espíritu y arrolladora personalidad, a través de su propia palabra lírica. En un espacio muy simple, con una mesa y unas sillas, el intérprete dice una seguidilla cambiante de textos suyos. La dramaturgia, del propio Barney Finn, alterna libremente estrofas de sus poemarios, fragmentos de sus piezas teatrales que suelen ser parlamentos de sus personajes femeninos, extractos de sus cartas o escritos más personales que aluden a momentos de su biografía o manifiestan sus ideas y puntos de vista. Al fondo, en una gran pantalla se proyectan imágenes de paisajes o elementos de la naturaleza, a veces registros gráficos de archivo, en tanto la selección musical provee la vibrante atmósfera sonora. Una actriz ocasionalmente encarna solo con su presencia y gestualidad a la Luna o el misterio femenino.
No hay nada más que eso en esta propuesta delicada y sensitiva, de estética cuidada y diáfana. Si existiera algo que pudiera llamarse ‘teatro impresionista', esta sería su expresión más cabal: una conjunción de pinceladas visuales y auditivas unas al lado de las otras, con las que se pretende plasmar la figura, el carácter, la huella de su legado, la luz de su genio.
Disfrutar de una experiencia sensorial así, en el polo opuesto de la divulgación o el afán didáctico, exige una condicionante: que su receptor tenga un conocimiento previo del autor y su obra, que sepa de qué y quién se está hablando para identificar unos signos que se ofrecen sin presentación, transición ni contexto. Hay aún un inconveniente: de tanto saltar de una escena de “La casa de Bernarda Alba”, a una carta a su madre, a unos versos del “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, a un recuerdo de su amistad con Buñuel y Dalí, o de su viaje a Nueva York, menciones que no ocupan cada cual más que unos breves minutos, llega un momento de la propuesta en que esta comienza a dar vueltas sobre sí misma. Carece de un eje que guíe la percepción de su entrega, una columna vertebral que le preste un andamiaje a esa sucesión de resplandores artísticos y destellos de un destino sin parangón.
Teatro Camino. Viernes y sábado, a las 20:30 horas. Domingo, a las 18:00. Hasta el 4 de agosto.