Jorge Castillo quedó prendado con Cocoliche, un enorme muñeco sobre la cancha de Sausalito que nació en los Clásicos Universitarios, y que por los años 60 se presentó en Viña.
Fue tal la impresión, que en el niño se despertó la imaginación del espectáculo, donde la figura era un Everton encantado que maravillaba a la ciudad y que llamaba al deleite y contemplación.
Asumió como presidente de un equipo descendido en 1996, y sus señas no eran las típicas, para decirlo con rapidez y número: no era ABC1. Algunos otros tampoco, pero lucían el pedigrí del emigrante europeo. La familia de Castillo emigró de un cerro de Valparaíso a uno de Viña y eso sería. Solo alguien así, sin medidas conocidas y sin miedo a la pobreza, podía dilapidar riqueza sin cautela ni recato en jugadores de calidad y gastadores, y algunos, además, pedigüeños.
Tenía recursos: Motel Cau Cau, para amor pasajero; bomba de bencina; una docena de micros y servicios a la municipalidad con su empresa Asevin: mitad aseo y mitad Viña.
Gastó en pintura y dejó oro y cielo el largo muro de calle Viana, el auto de un turista argentino y un gato blanco, en todo caso al agua y no al óleo.
Gastó lo que tenía y muy rápido lo que no tenía, por ansiedad de la ciudad, presión de hinchas y capricho de jugadores. Y porque la necesidad es inagotable: préstamo, limosna, algo temporal o lo que sea.
No logró que el equipo jugara y para Sausalito necesitaba permiso del consejo municipal. Su plan era febrero para una Noche Oro y Cielo y televisada, show con Antonio Vodanovic, Pibe Valderrama de invitado, Vélez Sarsfield como rival y él de smoking. El consejo respondió: el 23 enero se presenta Led Zeppelin y la cancha debe estar sin uso por tres semanas y quizás cuatro o cinco.
Duró un mes y días como presidente, envuelto en los rumores de insolvencia económica y gastos insensatos debido a un precario estado mental.
Fue internado por su familia en una clínica de reposo, renunció a la presidencia, se esfumó el Everton maravilloso y ante la ruina, los vecinos dijeron que pasó lo que temían: después del sueño de una noche de verano, uno que nació pobre e ignorado volvía a ser pobre y desconocido.
A Jorge Castillo se lo llevó la ciudad, el equipo y el Señor.
Se integró al coro y guitarras de la iglesia de Reñaca, acercarse a Dios no está de sobra. Acercarse a la gente tampoco, se presentó a concejal por RN en las elecciones del 2016 y sacó 279 votos: no salió. El año pasado, en abril, trepó la reja y entró a la mala para insultar al árbitro, le cayó la ley y no pudo ingresar más a Sausalito.
¿Fotografías? Dos. Una del 21 de Mayo frente del desfile, admirado por el espectáculo, arrodillado como niño y con polera y bandera de Everton. Otra por Cochoa y bajo la lluvia, empapado, barbón, vagabundo.
El cuerpo lo encontraron en un sitio eriazo ¿dónde más?