Nuestros dos principales museos capitalinos ofrecen exhibiciones de interés. Así, el MAC rinde homenaje a Alberto Pérez Martínez (1926-1999). Y con toda justicia, pues el admirado catedrático de historia del arte y escritor contribuyó junto a otros dos teóricos de entonces, Rómulo Trevi y Luis Advis, a hacer de los años 60 e inicios de los 70 una época de oro en la Universidad de Chile. Pero también Alberto Pérez fue pintor. Lo simboliza un reducido conjunto representativo de sus obras. Puede decirse que estas, de un modo general, constituyen una constante, una oscilante búsqueda de verba propia. Sin embargo, a 20 años de su muerte cabe afirmar que la figuración constituyó su vía creativa mejor lograda. Corresponde a un expresionismo cada vez más cargado de angustia, de pesimismo existencial. En cuanto a factura, su período más temprano ya muestra una sólida construcción del cuadro fundamentado en Cézanne, que se mantendrá a lo largo de su producción. Para empezar, tenemos de 1946-1960 la concentrada expresividad de “Autorretrato” y el bonito “Retrato de Herta”. Luego viene el primer cambio: la clara influencia cubista y el acercamiento a la abstracción, con la densa “Primavera en el Arrayán”. Los dos años siguientes traen un viraje radical y la fuerte influencia de sus amigos del llamado Grupo Signo. Lo representa aquí una pintura por entero informalista y correctamente compuesta, aunque más seguimiento de una fórmula poderosa que manifestación de una individualidad propia.
Mucho más atractiva que la realización anterior parece, de 1966, “Barricada”. Significa un nuevo cambio y una vuelta a lo reconocible. Es un collage con pedazos regulares de madera, dispuestos horizontalmente conformando una especie de muro, desde cuyas hendijas nos miran, inquisidores, ojos humanos de origen gráfico. Cabría considerar este trabajo como el de expresividad más serena dentro de lo expuesto. De 1968 en adelante, el compromiso político se volverá una constante, asimismo provista de variaciones “estilísticas”. A la manera de las vallas cubanas o coloridos afiches propagandistas de la revolución armada, encontramos una ejecución a dúo con Patricia Israel. No obstante, el festivo producto lleva, avasallador, el sello de Israel.
En buena hora, el expresionismo y la impronta de Pérez retornan, a través de óleos de 1973: sobre todo a través de “El enfrentamiento”, vigorosamente bien compuesto y dotado de cierto sabor goyesco; agreguemos “El general”, tríptico lleno de las deformaciones corporales de la sátira esperpéntica. En otras dos obras de fecha muy posterior (1991), y mirada muy diferente, el expresionismo conquista tanto una inesperada dosis de ternura trágica en “Enterramiento de Pisagua” y su eco acaso de Goya, como en el postrer “Autorretrato” triunfa la desolación amarga. Completa el sintético conjunto una selección de poemas del artista, en forma de libros ilustrados por Tatiana Álamos y de una Geopolítica de Chile, láminas redondas con imágenes plásticas en blanco y negro de Balmes, Barrios, Bru, Garreaud, Palazuelos, Munita.
El Museo Nacional de Bellas Artes acoge la original temática de Andrés Durán (1974). Como ya lo había exhibido antes, para él la muchedumbre ciudadana, en su paso diario por la urbe, ya no mira los monumentos dedicados a sus héroes patrios, a pesar de lo destacado de su emplazamiento. Para remediarlo los disfraza con sus propios pedestales, provocando una obra por entero nueva y novedosa, a veces más artística que la imagen trastocada, frecuentemente con aspecto de masivo soldadito de plomo o de verista estatua de cera. Las amplias fotografías de Durán cumplen por entero, sin necesidad de color, su función documental. Pero, esta vez, su repertorio se amplía más allá de Santiago: otras ciudades chilenas, además llegando hasta Lima, La Paz y Buenos Aires. Así, los prohombres de pie, ecuestres o sentados se disuelven en sus bases respectivas, las cuales se duplican superponiéndose. Sobre el fundamento de las distintas orientaciones arquitectónicas de los importantes plintos, nacen esculturas ornamentales con frecuencia plenas de armonía y encanto formal, o bien burlonas, misteriosas.
Una nueva veta dentro del homenaje patrio callejero nos propone Durán. Es la intervención de los relieves metálicos que los monumentos portan pegados a sus bases. En el presente caso, dos vaciados que ilustran batallas de nuestra Independencia amplían su repertorio. Resina y bronce reemplazan aquí por paralelepípedos iguales las cabezas de sus protagonistas numerosos. El resultado se vuelve reiterativo, monótono, lejano del interés que producen sus volumétricas invasiones en grandes formatos.
Alberto Pérez Martínez a 20 años de su partida.
Pequeño conjunto de trabajos representativos de su desarrollo creativo.
Lugar: Museo de Arte Contemporáneo.
Fecha: hasta el 28 de julio.
Monumento editado
Los monumentos trastocados en las imaginativas fotografías de Andrés Durán.
Lugar: Museo Nacional de Bellas Artes.
Fecha: hasta el 22 de septiembre.