Cuenta Horacio, en la quinta sátira del libro primero de ellas, un viaje que hizo desde Roma hasta Brindisi, en la Apulia, en pleno taco de la bota italiana, de la cual era oriundo. Reinaba todavía Augusto, quien llevaba sentado en el trono un tiempo irritantemente largo para todos los que esperaban impacientes por sentarse ibídem (otra que causó parecida impaciencia en los que hacían cola fue la reina Victoria, que no se inmutó durante 60 años; para no decir nada de su tataranieta, que ahí está, más chica pero más floreada que nunca, y que tampoco se inmuta).
Tomando la vía Apia, se largó la comitiva hacia el sur, alargando el viaje (lo que se podía hacer un día, lo hicieron en dos) porque la vía Apia “es menos dura cuando se va despacio”. Muy cierto. Piedra dura, que en muchos tramos permanece, tal cual, desde hace 2.300 años. En algunos sectores, tuvieron que embarcarse en balsas que iban tiradas por mulas. E hicieron, naturalmente, cuatro o cinco escalas. En total, unos seis días carreteando, encontrándose con amistades que iban en la misma dirección, comiendo, enfermándose con el agua infame de algunos lugarejos, durmiendo mal por los zancudos y los sapos cantores.
De Roma bajaron hasta Formia, en la costa al norte de Nápoles, y de ahí se internaron hasta el centro de la bota, Benevento. La comida ahí fue toda una historia: la fogata en que el cocinero asaba unos tordos flacos (¿se acuerda Usía de aquello de “el mal del tordo, las piernas flacas y el poto gordo”? Pues ya lo ve: los clásicos latinos también sabían de ello); la fogata, decíamos, se inflamó, y tuvieron que arrancar todos de la cocina, llevándose lo poco comestible que había para que no se quemara también… Al día siguiente estuvieron a la vista de la Apulia, con sus cerros característicos, y su pasado griego y cretense. Fue parte, acuérdese, Madame de aquella gloria de la Magna Grecia.
Estos desplazamientos se tomaban con filosofía, que era mucho mejor que ir en los trenes TGV: se conversaba, se pelaba, se dormía siesta, se tenían aventurillas, se observaba el paisaje y la natura humana, y todo eso en un tramo de no más de 550 kilómetros. Ah, esa gente sí que sabía vivir.
Y, ahora, para que se entere, va un plato de la Apulia, que encontrará seguramente en Brindisi, zona de ricos aceites de oliva y de trigales.
Albóndigas de huevoMezcle en un bol 200 gr de pan rallado, 200 de pecorino (u otro queso) rallado, 2 dientes de ajo picados, un manojo abundante de perejil picado fino. Sal, pimienta. Agregue 4 huevos ligeramente batidos, revuelva, forme una masa blanda. Con las manos húmedas, forme albóndigas como nueces. Fríalas en abundante aceite.