Lástima que al proyecto Ciencias+Artes+Audiencias, que busca tender puentes entre esas coyunturas difíciles de reunir, no le salió bien su segundo fruto. Como se podía esperar de su inspirador debut el año pasado, “Réplica”, un atrapante relato de fantaciencia sobre el cambio de conciencia de la Humanidad a raíz del acelerado desarrollo de la inteligencia artificial.
Con un equipo distinto en lo creativo e interpretativo, “Greta” —que además inaugura un loable nuevo teatro para Santiago— tiene otro propósito de enorme interés potencial: explorar el fascinante y poco conocido modo de vida y ecosistema de los cetáceos, los más grandes organismos vivos del planeta que son mamíferos adaptados a la existencia submarina. Digamos que el nombre retoma el de la osamenta de ballena que es emblema de nuestro Museo Nacional de Historia Natural, bautizada así en tributo a la reconocida antropóloga Grete Mostny.
Luego de una laboriosa investigación, el texto lo escribió la dramaturga Ximena Carrera sobre una idea trabajada junto a Javier Ibacache, cabeza del proyecto. Mueve a cuatro personajes femeninos a cargo de un atractivo elenco, y la puesta la condujo Constanza Brieba, que no dirigía hacía años, hasta que se apartó del montaje tiempo antes del estreno.
Muestra la reunión nocturna de una familia de mujeres en su casa al borde de la playa en el extremo sur del país. Greta, exantropóloga, y sus tres hijas adultas, las dos mayores biólogas marinas, se juntan con ocasión de cumplirse otro año de la desaparición del esposo y padre, también científico, de quien la alcoholizada madre asegura que fue tragado por una ballena (algo imposible). La hija menor, la única que aún vive con su progenitora, ha estado teniendo conductas extrañas y pronto anuncia que “la ballena del papá”, a la cual llama Greta, varó en la orilla costera a los pies de la vivienda. Más aún se sugiere que ella sabía que eso iba a ocurrir, quizás ella la convocó.
¿Suena algo extraño y fantasioso? Sí. ¿Complicado? También, sin embargo se despliega con claridad. El problema es que la exposición sobrepone demasiados motivos y temas. Están por cierto el drama familiar, y la cuestión femenina expresada en la relación disfuncional de madre, hijas y hermanas y en la imagen del padre ausente; sumadas a un componente ancestral, otro ecologista y un plano mágico o esotérico. Lo cual alcanza apenas a ser enunciado en los 65 minutos que se toma la entrega. Así el estilo alterna pasajes realistas con giros míticos o simbólicos, salpicando todo con frecuentes apuntes didácticos sobre la vida de las ballenas y cómo se ha conectado el hombre con ellas. Hay además dos extensos monólogos que aportan bien poco.
A fin de cuentas podemos sacar la aleccionadora deducción de que los cetáceos —que tienen conciencia de sí mismos y protegen a los suyos— tienen valores atávicos que la especie humana ha ido perdiendo. Pero de revisar el texto tras verlo representado, queda la impresión de que una fabulación así, desarrollada de un modo más rico y específico, se prestaría mejor para un cuento leído o filmado. En la entrega, las actrices parecen esforzarse sin mucho éxito en hacer convincentes sus roles trazados en boceto, en tanto la convencional escenografía naturalista hace cortocircuito con las proyecciones en gran pantalla al fondo sobre vida submarina, y con los caprichosos detalles del vestuario.
Mori Recoleta. Viernes y sábado, a las 20:30 horas. Domingo, a las 20:00. Hasta el 28 de julio.