Brasil se alzó como el nuevo campeón de la Copa América -el torneo de selecciones más antiguo del mundo si es que no se consideran los que hicieron los británicos entre ellos a partir de finales del siglo XIX- y lo que queda como resumen son los arbitrajes (en la cancha y en el famoso VAR), las acusaciones de Messi sobre la corruptela de la Conmebol (como si eso fuera noticia) y alguna que otra crítica en torno a la deficiente organización de los brasileños (canchas en mal estado, deficiente planificación de los recorridos de los buses y ruidos molestos contra ciertos rivales, como acontecía en las décadas de los 60 y 70).
Pero de fútbol, de la pelotita, de lo que importa, poquito. Lo que sin duda va en línea con una impresión generalizada: el nivel de las selecciones sudamericanas fue discreto. Mediocre. Preocupante.
Claro. Se argumentará que hoy es imposible que selecciones nacionales puedan establecer sellos futbolísticos cuando los entrenadores no tienen a su disposición a los jugadores más que un par de semanas antes de una competición. Cierto. Pero el argumento se derrumba si se consideran dos factores importantes y distintivos de la modernidad: los seleccionadores tienen hoy a su disposición elementos tecnológicos que les permiten trabajar a distancia y en forma personalizada con sus jugadores (solo hay que ponerse de acuerdo) y, a diferencia de los que pasaba antes, existe hoy cercanía casi instantánea de las diversas tendencias técnicas a través de los medios audiovisuales, por lo que todos podemos enterarnos de a qué apuestan tipos reputados como Guardiola, Zidane, Klopp, Ten Hag o Simeone. De ahí a explicar y luego a ejecutar un modelo, no hay un camino largo.
Pero no. En el torneo sudamericano poco hubo de apuestas. Menos de grandes revoluciones que nos dejaran con ganas de debatir. Fijese. Que Carlos Queiroz le haya puesto un poco más de dinámica al mediocampo colombiano con respecto a lo que hacía José Pekerman no es más que una intención de cambio cosmético a una propuesta conocida. Tampoco fue demasiado vistosa la transformación estratégica impuesta por Ricardo Gareca desde una obsesiva contención (ante Uruguay) a una fuerte presión en campo rival (frente a Chile) porque ello obedeció a análisis específico del oponente y no a convicciones fuertes por parte del DT. ¿Uruguay? Hace tiempo que desde el punto de vista de la propuesta es unívoco y claro, la gracia de Óscar Tabárez es que es capaz de encontrar los ejecutantes perfectos para la idea central. Pero de ahí a decir que existe en la Celeste un ideario moderno o, al menos, poco reconocible para los rivales, parece ser demasiado temerario. Siempre es más de lo mismo...
Y para qué hablar de Chile... Da para otra reflexión.
Por eso, al fin y al cabo, el título de la Copa América se definió no desde el punto de vista de la expresión colectiva sino que fundamentalmente desde la mejor expresión individual.
Brasil tuvo a Alisson, a Dani Alves, a Casemiro, a Arthur, a Gabriel Jesús y a Everton -más algunos chispazos de Coutinho y Firmino- y con eso le alcanzó para alzar su novena corona de América.
Bien. No hay dudas de la validez de su triunfo.
Pero cuidado. Que no haya mala lectura. Con ese fútbol, y con el que mostró el resto de los participantes, es posible que Sudamérica siga lejos de la reivindicación mundial.