Para ser honestos, bien poco se entiende de “Narciso fracturado”, que pone punto final a la ambiciosa trilogía “Identidad y memoria homosexual en Chile”, emprendida por el director Jimmy Daccarett. Empezando por su dramaturgia, la base para expresar algún punto de vista sobre lo que busca reflexionar: qué significa ser gay aquí, antes y ahora, y si en ello se pueden constatar cambios con la intrusión en los años 80 de la amenaza del sida.
Lo aborda a través de una creación que decide imponerse, además, con un recurso experimental del cual no teníamos noticia. Convocó a cuatro autores de distintas generaciones para narrar la historia de una pareja de hombres gay, ambos contagiados de VIH, que tras un período de alejamiento se vuelven a vincular cuando uno de ellos ya está en etapa terminal. Pero no para que cada cual dé su personal enfoque a la ficción en cuentos sucesivos, sino imbricando sus textos y estilos dispares; el director y una escritora se encargaron de seleccionar y ordenar sus aportes.
Era previsible que de una metodología tan peregrina no podía salir nada muy orgánico. Como lo anuncia el título, el resultado provee un relato en fragmentos yuxtapuestos según la teoría posmoderna. A mayor dificultad, parte con la muerte de uno de ellos, y luego una sucesión de escenas va reconstruyendo los instantes previos a esta, y el pasado de la pareja en pasajes que saltan atrás y adelante sin continuidad cronológica por dos décadas hasta hoy.
Hay más. Los dos actores en escena encarnan a los protagonistas anónimos —A y B, dice el libreto— quienes suelen hablar con personas que no vemos. A veces también se trasmutan en otros —madre, amigos, seres ficticios—, lo que el público rara vez percibe, pues el diálogo no lo indica y la diferencia de caracterización no se resuelve a nivel actoral. Queda claro que las exigencias de la propuesta parecen exceder las dotes interpretativas de los ejecutantes. Tampoco hay señales en la simple escenografía que sugieran los variados cambios de ambientación, incluso en Río de Janeiro.
Mala cosa que el director decidiera plantear un relato tan doloroso a la manera de un rompecabezas por armar. En el remate por fin estallan la desesperación, el miedo y la culpa, pero la única escena con emoción llega cuando uno está cansado del ejercicio intelectual de descifrar quién habla, dónde y en qué etapa de su vida; en suma, qué es lo que ocurre en escena. La exposición ciertamente es enredosa.
Otro inconveniente: A y B son gente de teatro con un proyecto en común que nunca concretan: montar una obra sobre el caso real de un homosexual con sida que se lanzó al vacío en el centro de Santiago. Por ende, el texto abunda en referencias al oficio teatral, amén de alusiones literarias, cinéfilas y de otros tipos. Proclives al ‘malditismo' (artistas incomprendidos, persecutos, antisistémicos), ellos son personas con un modo de vida muy específico, promiscuos, irresponsables, bastante inmaduros por lo demás. Difícil que la mayoría de los gays se identifique con ellos, como pretende Daccarett. Sin duda, en Chile hay muchas y muy diversas formas de vivir esa condición.
El único logro de la trilogía se dio en su inicio, con “Sangre como la mía” en 2011, sólida adaptación de la novela de Jorge Marchant. Este, su cierre, tiene las trazas de un acto fallido, pero peor fue la estridente “Heterofobia”, de 2015.
Centro GAM. Miércoles a sábado, a las 21:00 horas. Hasta el 20 de julio.