Si no fuera por loables esfuerzos privados como este, la tradición teatral se habría borrado por completo de nuestra precaria escena. Entre ellos, por cierto, Molière, genio del teatro clásico francés, que fijó el canon de la comedia como vehículo para satirizar los defectos humanos. Uno de sus títulos mayores, aunque atípico en su dramaturgia, “El misántropo”, no se veía aquí desde 1978, cuando lo ofreció el Teatro de la UC con Héctor Noguera en el rol central.
Escrita en verso en 1666, la pieza se entrega en una reescritura por Rafael Gumucio, una adaptación también versificada y muy libre que, pese a las muchas licencias que se toma, hace resonar hoy su cáustica crítica a las costumbres, terminando por evocar el espíritu de Molière y su ánimo aquí desencantado. Hay que decir que el original, con su aire oscuro y amarga filosofía, no encaja en el género comedia (algunos lo catalogan como el primer drama social en la historia del teatro), en tanto su protagonista —uno de los grandes arquetipos salidos de su pluma— es más bien un ser trágico, o al menos tragicómico.
En el Chile de hoy, una viuda joven y rica, promiscua y amoral, celebra en su casa una fiesta en espera del Año Nuevo; sus invitados son todos gente tan fina como frívola, hipócrita y chismosa. Porque ama a la anfitriona, también está allí Alceste, escritor y crítico literario, completamente fuera de lugar, pues detesta a los presentes y a los hombres en general por poco íntegros. Es un idealista de altos principios, admirable por su vehemencia en pos de rescatar los valores perdidos, al mismo tiempo un ser asocial y odioso debido a la intransigencia exagerada con que despotrica contra cuanto lo rodea, y también un tipo ridículo que se prendó de la mujer que resume todo lo que fustiga negándose a ver en ella sus muchos vicios.
Dirigida por Álvaro Viguera en su cuarta asociación con Gumucio, es un montaje con el aspecto de una gran producción, sobre todo por su despliegue visual, que resulta atractivo y bien ejecutado por su elenco, que encabeza Francisco Melo encarnando a Alceste con su habitual solidez. En su desarrollo, sin embargo, chocan todo el tiempo dos impulsos. Por un lado, la sincera voluntad de respetar su material, una gran obra de un autor clásico, transmitiendo con propiedad su sentido puesto al día, cosa que logra en su conjunto; y por otro, un deseo de agradar al público joven brindándole un buen espectáculo que nunca parezca fome ni ñoño. La suma sin unidad de estilo de esos flujos dispares y contrapuestos hace que el espectador más conocedor y exigente no pare de entrar y salir de la ficción.
La propuesta se torna sin más en una discoteca, un karaoke o un impensado show, y se llena de impactantes efectos escenográficos y lumínicos, telones pintados y espejos; se le agrega una extensa sarta de pelambres (el único texto en prosa) y el monólogo de “Hamlet” dicho en inglés. ¿Tantos adornos necesita Molière para que su genio reluzca? Un exceso en su mayoría prescindible, que estira la entrega a 105 minutos. En cuanto a la dramaturgia, primero Gumucio parece querer replicar el verso alejandrino a la francesa (12 sílabas) que usó Molière, salpicando el diálogo de giros coloquiales, localismos y hasta chistes fisiológicos para hacerlo más liviano. Pronto se limita al verso muy libre en la métrica, pero respetuoso de la rima consonante. Eso da a la palabra hablada un sonsonete persistente y pobre que el desmedido volumen de la amplificación, ya un molesto sello de esta sala, vuelve aún más pesado.
Teatro Municipal de Las Condes. Jueves a sábado, a las 20:30 horas. Domingo, a las 18:00 horas. Hasta el 14 de julio.