Tras su debut en 2007, el colectivo dedicado al teatro de marionetas que lidera Aline Kuppenheim, derivó con su admirable línea creativa hacia zonas cada vez más oscuras y sombrías, en la forma de hermosas y sensibles joyitas escénicas. Así su repertorio, exhibido con éxito en giras nacionales y foráneas, fue seduciendo a un público más bien adulto.
Ahora “Pedro y el lobo”, su Opus 4, es su trabajo más abiertamente destinado al público infantil, más aún que “El capote”, su título inicial. Y eso que el grupo, que se dio a conocer como Teatro Milagros, hace tiempo cambió su nombre por Teatro y su Doble, en abierta alusión a Antonin Artaud que fundó el llamado ‘teatro de la crueldad'.
Pensando en chicos mayores de 5 años, vierte el poema sinfónico homónimo para orquesta y narrador que Serguei Prokofiev estrenó con pobre acogida en 1936, quizás el único escrito para niños con fines didácticos. La partitura musicaliza un ingenuo cuento imaginado por el propio compositor (no confundir con “El pastorcito mentiroso”, fábula atribuida a Esopo a la que por error se le da el mismo nombre) con el objetivo de que los pequeños aprendan a identificar los instrumentos que caracterizan a cada personaje, lo que se respeta fielmente. Apenas bajan las luces el prólogo que se oye en
off, explica los respectivos
leitmotivs: las cuerdas narran a Pedro, el fagot al abuelo, las trompas al lobo.
Otra vez con muñecos articulados de aspecto realista y minuciosos detalles, confeccionados por los mismos manipuladores que los animan a la vista, el montaje despliega la historia de Pedro que, desobedeciendo a su abuelo, juega en el bosque con los animalitos amigos suyos, aves la mayoría, y luego no solo se enfrenta al lobo que tiene atemorizada a la comarca, sino que lo captura. Se supone que la acción ocurre en el sur de Chile, y a última hora se hace un cambio al desenlace, algo forzado, para dejar un mensaje de respeto a la vida natural y al equilibrio del ecosistema.
Todo ocurre en un ‘teatrino' sobre el escenario, con una zona a un costado en que se proyectan breves filmaciones de otros personajes-muñecos; hacia el final también se muestran animaciones digitales a la manera de las sombras chinescas. El conjunto visual, primorosamente trabajado, hace fluir el relato que se acompaña de una banda sonora pregrabada. Es como una película en vivo realizada con medios teatrales, que deja en claro la vocación de Kuppenheim como ilustradora, su otro talento.
¿Problemas? Uno técnico es que por primera vez en el grupo la presencia de los animadores a ratos suele hacerse evidente. Aquí no pasan desapercibidos porque hay brazos que se cruzan sobre los muñecos, el loro es tan chiquito que casi desaparece tras la mano de quien lo manipula, y un molesto foco tiene la silueta de los operadores en acción reflejándose en el techo. La linda escena subacuática no aporta nada. Inconveniente mayor es la corta extensión del espectáculo —25 minutos—, lo que deja gusto a poco. Califica como la representación más concisa de que tengamos memoria, más que algunas para la primera infancia (de 0 a 5 años) que han estado en cartelera.
Teatro UC. Jueves y viernes, a las 20:30 horas. Sábado, 18:30 y 20:30 horas. Hasta el 13 de julio.