Kirill Serebrennikov es un provocativo opositor al gobierno de Vladimir Putin, el que no ha tenido ningún disimulo para hostilizarlo y hasta tenerlo en reclusión domiciliaria desde su película anterior,
El estudiante, que ganó en 2016 la sección Una Cierta Mirada, del Festival del Cannes. Gracias a la tecnología y a un robusto grupo de amigos, Serebrennikov realizó desde su casa el proyecto de
Leto, una reconstitución del momento de gloria de Viktor Tsoi, el rockero más legendario de Rusia.
Doble provocación:
Leto trata de artistas prohibidos en una época policíaca que obviamente remite a la de ahora. Pero esta es la cuestión más contingente. La historia de
Leto se mueve en tres planos. El primero es la relación entre Mayk Naumenko (Roman Bilyk), líder del rock
underground, y su novia Natasha (Irina Starshenbaum), que se siente fascinada por la estrella emergente, Viktor Tsoy (Teo Yoo). El coqueteo de Irina altera las relaciones entre los músicos (algo del
New York,
New York de Martin Scorsese anda por aquí) y pone sobre Mayk las decisiones más intensas. Es una historia dolorosa, que solo se puede resolver con los códigos del artista que se ve inesperadamente impelido a ordenar sus prioridades creativas y emocionales.
Una segunda franja es la escena del rock en el Leningrado de los 80, con músicos y bandas que admiran a sus referentes occidentales clásicos (Lou Reed, Bob Dylan, David Bowie), al mismo tiempo que siguen a sus innovadores (Iggy Pop, T-Rex, Blondie), con las tensiones de la búsqueda de estilos propios. La tercera es la resistencia en contra de la censura oficial, que se expresa más en provocaciones imaginarias que en desafíos abiertos. La película desenvuelve estas ideas con ánimo vanguardista, utilizando animación e intervenciones gráficas e interrumpiendo la ilusión de realidad, con un personaje que en los momentos adecuados advierte que “esto no sucedió”. Es la zona que más digresiones y audacias introduce en la película.
Serebrennikov utiliza un lustroso blanco y negro en una pantalla ancha que ocupa con enorme fuerza plástica. Hay mucho virtuosismo en el uso de la cámara y una velocidad narrativa que no pierde la atención para ninguna de las dimensiones del relato. Todo esto es, desde luego, inusual, tanto como lo es la reconstitución del ambiente represivo de la era Brezhnev un decenio antes de la desaparición de la URSS. No es raro que a los actuales jerarcas de Rusia les moleste recordar una época que tanto se les parece.
Leto es una sorpresa fulgurante en el actual cine ruso, y Serebrennokov, un cineasta al que hay que prestarle la mayor atención.
Dirección: Kirill Serebrennikov.
Con: Roman Bilyk, Irina Starshenbaum, Teo Yoo, Filipp Avdeev, Aleksandr Gorchilin, Yuliya Aug, Nikita Efremov.
126 minutos.