Las encuestas sobre el mínimo exigible a Chile en la presente Copa América marcaban que debía llegar a semifinales, considerando su condición como ganador de las dos últimas versiones. En ese sentido, el seleccionado ya cumplió, al margen de lo que suceda hoy. Otra encuesta de redes decía que había un 78% de votantes que opinaba que Reinaldo Rueda no debía seguir al frente. Me imagino que hoy debe haber un 98% que opina que debe seguir.
Lo que ha sucedido es que se mantiene la vigencia de la “generación dorada”, con un nuevo integrante del nivel dorado, como ha sido lo de Erick Pulgar. Lo de Gabriel Arias debe esperar confirmación.
Este recambio parcial revela la pauta de renovación histórica de nuestro fútbol, que no es tan generoso en este rubro como algunos vecinos, que tienen grandes cantidades de reservas en los potreros y en las calles y representantes numerosos y convincentes en los salones. Las clasificatorias y el Mundial que vienen ya están demasiado cerca como para esperar el destape de alguna nueva figura en la previa, o de varias nuevas figuras. Por cierto, podrían aparecer —nadie puede negarlo ni asegurarlo—, y no todos los dorados están al fin de su carrera, por lo que podría haber una base sólida para enfrentar las dos exigencias de tan alto vuelo. Alexis, emocionalmente entero, estará. Guillermo Maripán cada vez más firme. Paulo Díaz está a la mano y Óscar Opazo al aguaite. Y más de algún veterano podría estirar la cuerda hasta Qatar (lo de Arturo Vidal, en ese sentido, es espectacular).
Como decía Fernando Riera, “no se ha inventado nada mejor que ganar”. Y la selección ha ganado. Lo que suceda esta tarde, y sin pretender que Perú sea “pan comido”, no está fuera del alcance de este grupo. Y seguramente, al nivel que Chile está jugando tampoco lo están Argentina y Brasil. Nadie aparece como inalcanzable en este momento, luego de lo visto ante Colombia, que debió resolverse antes de llegar a los penales.
A Rueda hay que celebrarle que nunca perdió la calma y la que tuvo la compartió con el plantel. También estructuró las alineaciones con sensatez. Otros aspectos quedan para el balance final (donde tal vez haya que ser políticamente incorrecto otra vez).
Si Chile no gustó fue porque en realidad no era Chile. Era necesario que aparecieran los triunfadores de la última década para que la Roja recuperara su identidad, la que solo perdió cuando el disenso interno se hizo insostenible. De ello se culpa a Juan Antonio Pizzi, pero él no originó la ruptura, sino que no fue capaz de resolverla. Ya Sampaoli había deslizado la imposibilidad de armonizar el grupo. Y Gary Medel, siempre franco, fue quien reconoció las brechas antes del comienzo de la actual Copa. Cómo se solucionó es otro tema de análisis posterior.
Pero lo que nos convoca es esta nueva versión del Clásico del Pacífico, con respeto ante Perú, pero con mejores opciones. Y en la próxima semana hablamos de todo. Hasta del VAR.