Que el proceso de reingeniería era necesario en la selección es algo de lo que hoy hasta los más dogmáticos y recalcitrantes sostenedores de la teoría de la inmovilidad eterna de la llamada “generación dorada” parecen estar de acuerdo.
Es un hecho. Alguna vez tenía que darse.
El DT Reinaldo Rueda demoró demasiado en mostrar sus cartas abiertamente y claro, eso originó la crítica artera e histérica de quienes, más que analizar, solo se dedicaron a gritar y a vociferar en pos del rating y del apoyo de las redes sociales, como lo hacían aquellos clásicos pastores estadounidenses de la TV ochentera para conformar su grey (y que, curiosamente, fueron cayendo en singulares contradicciones con sus propias prédicas).
Lo concreto es que hoy la Roja está en plena etapa de transformación. A medio camino, es cierto, pero avanzando. Y no solo en lo referente al ingreso de rostros nuevos a la titularidad (Arias, Maripán, Pulgar) o como opciones reales de corto plazo (Díaz, Opazo) sino que, fundamentalmente, en lo que tiene que ver la propuesta, el ideario, el sello. Eso que, finalmente, clasifica a los equipos en el escaparate histórico.
Y hay que ser bien claros. Porque pase lo que pase de aquí para adelante en la Copa América, parece prioritario empezar a hacer evaluaciones sobre cómo se debe perfeccionar el sistema identificatorio que tendrá la selección en las eliminatorias.
Lo primero, lo básico, parece ser que Rueda aspira a que Chile sea un equipo que no esté amarrado a convicciones inalterables, sino que sea una escuadra que domine las distintas instancias.
A diferencia de lo que proponía Marcelo Bielsa, donde había una búsqueda constante e irrenunciable del arco contrario (idea seguida con distintos matices por Borghi, Sampaoli y Pizzi), Reinaldo Rueda cree más en la disección equilibrada de acuerdo a los momentos, rivales y opciones que da el rival. La presión no se hace siempre en la zona contraria, sino que también en la zona media e incluso más atrás si el rival así lo propone.
Por eso es que, a pesar de la derrota, el partido frente a los uruguayos en la primera fase dejó cierta sensación de agrado. Chile fue un equipo menos atrevido, pero más consistente que lo habitual como ente colectivo. Fue a buscar el gol cuando le dejaron espacios, pero volvió a sus posiciones defensivas en cuanto los celestes lograron conectar a Cavani y Suárez. Fue un ida y vuelta de posesión y ambición. Y así, Chile pudo haber obtenido mejor resultado que ese 0-1. Es una buena señal.
También el modelo táctico es algo que parece estar en plena construcción. Durante el período de pruebas —los amistosos— se le criticó a Rueda cierta inconsistencia ideológica al probar módulos que parecían sentenciar confusión técnica. La realidad indica otra cosa. Si la Roja ha podido revolver su tablero en medio de cada partido en la Copa (es cosa de poner un poquito de atención en eso) es porque hubo un necesario período de prueba anterior que se ha ido ajustando y que, seguramente, podrá incluso mecanizarse.
Claro, los que llevan la bandera del populismo dirán que todo esto es mérito de causas exógenas o, simplemente, es una adecuación del DT a la inspiración y cuasi imposición de los jugadores (como se dijo en la Copa América Centenario).
Allá ellos. Que después expliquen. Si pueden...