La última encuesta del CEP confirmó la persistencia de la desconexión entre el sistema político y la ciudadanía que nos afecta hace tiempo, y que hace que las adhesiones políticas sean todas muy inestables. El liderazgo que tenía Piñera hace 18 meses se desvanece, igual como ocurrió antes con el de Bachelet. Ahora nos sorprende el ascenso de Lavín y el letargo de los líderes de la centroizquierda. Nada de esto le hace bien al país, porque le impide trabajar con una estrategia de largo plazo. Por esta razón conviene indagar en las causas que están detrás de este prolongado bamboleo de la política.
Hay varias razones para pensar que el origen de este fenómeno está muy ligado a la incapacidad del sistema político para adaptarse a la irrupción de los nuevos grupos medios, que es el cambio económico y social más relevante en las últimas décadas. Estos son los grupos que han logrado un mejor desempeño económico en los últimos quince años, lo que tiene enormes consecuencias políticas. De acuerdo a la Casen su ingreso ha aumentado, en promedio, un 20% por encima del resto de la población, lo que significa que su brecha de ingreso crece respecto de los sectores más pobres y se reduce en relación a los segmentos altos. Estas cifras reflejan promedios, lo que oculta una realidad mucho más variada, que emerge cuando se consideran grupos más específicos.
Los nuevos grupos medios son el producto de dos factores inseparables: las políticas públicas que abren oportunidades y el esfuerzo propio que las aprovecha. No son el resultado espontáneo de la dinámica de los mercados y tampoco son la consecuencia de políticas asistencialistas. Claves han sido el mayor acceso a la educación superior, las reformas estructurales que se han aplicado en el país y el ambiente de crecimiento general de la economía.
Este origen particular determina su sello político: demandan que el gobierno genere seguridad y crecimiento; tienen poca solidaridad con los sectores populares; no se identifican con la clase media tradicional; anhelan que sus hijos sigan sus pasos de progreso para lo cual demandan políticas que les aporten nuevas herramientas; temen que se estrechen las oportunidades de buenos trabajos para ellos o para sus hijos, o que puedan retroceder lo avanzado por la deficiente atención del sistema de salud o las bajas pensiones. En la actualidad, este es el elector decisivo en nuestro sistema político.
La Nueva Mayoría desconoció este fenómeno en 2014 y elaboró una propuesta de igualdad que se orientaba a proteger a los segmentos más pobres, a la clase media tradicional (trabajadores organizados y del sector público) y a diversos grupos excluidos o discriminados. A corto andar, los nuevos grupos medios se distanciaron de ese proyecto y también de la centroizquierda.
El comando de Piñera captó muy bien esta situación y elaboró la promesa de los “tiempos mejores”, fundada explícitamente en la mejora de las condiciones económicas. Sin embargo, esta promesa de campaña no fue acompañada de una renovación de la oferta política de la centroderecha, excesivamente dependiente de las herramientas del mercado y del desarrollo espontáneo.
Para la actual administración, el rol del Estado en la economía se reduce a evitar que se traben las decisiones privadas y asegurar que los mercados operen sin interferencias. Este enfoque les acomoda a las grandes empresas, que tienen las capacidades para desenvolverse en ambientes altamente competitivos y cambiantes, pero no le aporta nuevos horizontes a los grupos medios, que saben que su progreso se debe a dos factores inseparables: las políticas públicas que abren oportunidades y el esfuerzo propio que las aprovecha. Para lograr esta combinación es necesario una clara intencionalidad del Gobierno en la promoción del desarrollo, lo que no está ocurriendo.
La consecuencia de estos hechos es que el 61% considera que en el momento actual el país está estancado; un 65% piensa que el Gobierno ha actuado sin destreza ni habilidad con relación a las presiones (CEP) y, al mismo tiempo, un 77% cree que la ex Nueva Mayoría no está preparada para gobernar (Cadem). Estas cifras revelan la persistencia de la desconexión entre el sistema político y la ciudadanía.
Sin un diseño para enfrentar los nuevos desafíos del país, el Gobierno y la oposición parecen enfrentados en una competencia de corto plazo por quién lo hace menos mal, lo que incrementa el escepticismo y la incertidumbre de la ciudadanía. A su vez, el escaso aporte a la reflexión sobre esta nueva realidad por parte de sectores que tradicionalmente jugaron un rol moderador (centros de pensamiento, empresarios y universidades) introduce mayor complejidad al escenario actual.
En estas condiciones, dependemos nuevamente del esfuerzo simultáneo de actores que estén dispuestos a apartarse de los patrones predominantes, rompiendo el círculo vicioso de los proyectos particulares, la desconfianza y el horizonte de corto plazo. En otras coyunturas recientes del país, estos actores emergieron desde el Gobierno, los partidos políticos y el sector privado, dispuestos a renovar los diagnósticos vigentes y construir acuerdos amplios. Debemos estar atentos y apoyar su causa.