La selección estuvo en la versión original, luego en los remakes y también en las secuelas, pero siempre fueron los mismos protagonistas. No hay nuevos ni recambio.
Erick Pulgar debutó en 2015. Guillermo Maripán en 2017. Paulo Díaz en 2015. En las semifinales de la Copa Centenario, en Chicago y contra Colombia, Pulgar entró desde la banca y jugó una hora. En la China Cup, en 2017, la dupla de centrales que empató con Croacia fue Díaz con Maripán.
Estos jugadores son parte de la generación dorada y no reemplazan a nadie y no significan amenaza ni afrenta, porque hace años que son del plantel. Ahora más tatuados y con decenas de partidos en el cuerpo gracias a las ligas extranjeras. No hay mejor cocción.
¿Quién es realmente el único nuevo?
Un treintón como Gabriel Arias, la gran decisión de Reinaldo Rueda que dejó a Claudio Bravo en el limbo y a Johnny Herrera en la despensa.
El casco se mantiene y están por Brasil, quieren cerrar en Qatar y eso implica asumir promedios de edad, hoy de 28,5, hace un lustro de 29,6 (por los cabros convocados que no jugaron ni un minuto) y superarán los 30 para las clasificatorias y no digamos para el Mundial que además no se juega en junio, sino en noviembre de 2022.
¿Será posible que lleguen los de ahora: Vidal, Isla, Aránguiz, Medel, Vargas, Beausejour, Fuenzalida, Sánchez? ¿Y Arias, Maripán, Pulgar y Díaz, que andarían por los 28?
Ellos creen que sí.
¿Todos? ¿Tres años más?
Ellos creen que sí.
Reinaldo Rueda entendió que su misión no es cambiarlos ni desplazarlos, su misión es acompañarlos en la aventura. En el gran ciclo del fútbol chileno, el mayor de toda su historia, porque nunca hubo nada así y quizás nunca lo habrá. El momento es ahora y con estos gallos, aunque desplumados, descascarados y con crestas rotas.
Para eso requieren un entrenador que los acompañe y con él deberían ir a ver la obra “Viejos de mierda” y si contrata a un geriatra, por media jornada, que nadie se enoje.
Necesitan un pueblo que los siga y eso, por supuesto, hoy es simple y está cantado.
A lo mejor hasta de La Moneda los llaman, ya se escuchan las loas a Rueda y la alegría ya llegó. Es el clima y el clima cambia, mañana será distinto y habrá que aguantar los malos tiempos, las habladurías, los chistes y los promedios de edad, sin perder la fe.
En un país donde crece y llueve la desconfianza, la selección pide el bien más escaso y esquivo: confianza. Lo de este instante, está dicho, es sencillo. El asunto es el próximo 2020, las clasificatorias y al menos tres años de confianza.
No será fácil, Chile no es país para viejos, pero quieren escribir su historia desde la primera a la última página, llegar a Qatar, pisar la duna, jugar el Mundial, mirar el golfo Pérsico y decir hasta aquí no más llegamos.
¿Llegarán?
Ellos creen que sí.