No piense mucho en los misterios de la miel, producto de vidas que nos resultan absolutamente ajenas, incomprensibles: ni con peces ni aves tenemos tanta distancia como con los insectos. ¿Cómo hacen miel las abejas? No quiera saberlo, Usía. Bástele con gustar la suavidad, el aroma que lenifica, el color que la acerca al sol y al oro, la incapacidad de corromperse que la pone a un tris de la inmortalidad.
Para el viajero envejecido, cuyo paladar visual ya está estragado, para quien “no hay nada nuevo bajo el sol”, los paisajes melifluos son los únicos que, con la melancolía de lo dulce, pueden animarlo a emprender otro viaje más.
Pero, ¿cuáles son los paisajes melifluos y románticos y evocadores? Son pocos. Uno es la campiña toscana, labrada más por la mano del hombre que por la naturaleza, que ofrece un esquematismo y pureza visual que la acercan a la miel en su sencillez y falta de pretensión. En la Toscana los paisajes son lo que son porque resultaron de lo que el hombre tenía que hacer.
Hay también melifluidades en el campo inglés, sin ángulos ni aristas, limpio y ondulante, que ilumina un sol tamizado por neblinas nunca excesivas y siempre blandas. Por este recodo aparece un
cottage enflorado, desde aquella loma se divisa la espadaña de una iglesita rural con su minúsculo cementerio.
Y hay miel también en los alrededores de Viena, los bosques, los lomajes domados, desprovistos de durezas sublimes y alardes heroicos: son vistas que inducen a la paz, que alcanzan su belleza máxima con la caída del sol. La presencia del gran río con sus tranquilas aguas, que se deslizan hacia oriente con la lentitud con que desciende la miel por la garganta, le da a esa ciudad algo de preternaturalmente musical, una lisonja auditiva que penetra tan adentro como lo hace la miel en la lengua.
¿Y en Chile? Algunos lugares cerca de Hualañé, o Peralillo, o San Javier, o Quillón, cabe el Itata, todos ellos bucólicos. O sea, el corazón de Chile. A todo lo que va desde Penco al sur le falta todavía historia, densidad de recuerdos. Hay que dar un gran salto hasta Chiloé para encontrar miel en paisajes y mesas, pero como algo que es todavía, en gran medida, ajeno.
Ahí, tiene, madame. Ahora, que si quiere agresiones y alaridos paisajísticos inolvidables, enfile hacia los Alpes. En la Engadina disfrutará de vértigos y espeluznos. O si quiere que le sacudan la payasa espiritual, recorra la Castilla que, como Combarbalá, repele tanto como fascina.
Pero si no quiere ná, si ya se cansó, enciérrese y coma lo siguiente.
Pan de mielMezcle 1 taza de miel líquida con 1 taza de leche cremosa. Aparte, incorpore ½ k de harina (sin polvos) 1 cdta copetona de bicarbonato y pizca de sal. Mezcle todo en un bol. Vierta la mezcla a molde enmantequillado. Hornee 1 hora, fuego medio.