No hay nada más rentable en comunicación masiva que aparecer ante la opinión pública como víctima. Si la mayoría de la gente empatiza con tu causa, ganarás el duelo. Y muchas veces la emoción es más eficaz que la razón para lograrlo.
Pero en esto no valen las “lágrimas de cocodrilo”. Si es descubierta simulando, o no es convincente, la falsa víctima recibe el repudio del respetable público.
Seguramente vieron el video viral en que una señora durante una entrevista en televisión denuncia una supuesta victimización simulada, refiriéndose a la exesposa de Sergio Jadue. Todo iba bien hasta que la señora dijo “vístima” en vez de víctima. Y la pobre fue presa del más entusiasta
bullying de las redes sociales. La autora del “vístima” terminó convertida en una genuina víctima.
Es que la vida es dura.
Por eso, lo único importante es que si uno va a comparecer en la escena pública en un enfrentamiento, debe procurar no ser Goliat, sino David. Y capaz que hasta la suerte esté con uno. Como le pasó a David.
Es lo que también le ocurrió a la ministra Marcela Cubillos. Quedó convertida en víctima cuando el domingo pasado fue al cementerio y una profesora la persiguió y la acosó para luego subir a las redes sociales su acto de agresividad contra la secretaria de Estado, que se vio frágil, maltratada y tuvo que irse del lugar. La docente creyó que la estaba haciendo de oro. Dio por sentado que un ministro siempre será Goliat y que una maestra de escuela siempre será David, pase lo que pase.
Pero ese episodio demostró que hoy las cosas son mucho más complejas de lo que eran.
A la oposición ya le había pasado lo mismo. Persiguió a la ministra de Educación en todo lo que hacía. Si mandaba cartas a los colegios informando la opinión del ministerio, la perseguían. Si trataba de poner orden en los colegios, la acosaban por los medios. Pero vino la encuesta CEP y todos quedaron extrañados cuando Marcela Cubillos apareció entre las figuras políticas mejor evaluadas.
Los profesores, mientras fueron vistos como víctimas, tuvieron el respaldo de la opinión pública. Tenían fama de abnegados profesionales que por un salario muy modesto cuidaban y educaban a nuestros hijos. Gracias a ellos nosotros podíamos trabajar y hacer otras cosas, y nuestros hijos crecían sanos y aprendían modales y conocimientos que los preparaban para el futuro.
Pero en esta última movilización, muchos profesores se mostraron violentos, groseros, intransigentes, ideologizados e insoportables. Ya no eran los mismos. Ahora vitoreaban a la profesora que invadió la íntima tristeza de la ministra. Los maestros ya no parecían víctimas y sus lágrimas se confundían con las de un cocodrilo.
Los profesores que protagonizaron tomas, cortes de caminos y aplaudieron el maltrato a la ministra se convirtieron en victimarios. Es un error histórico. Todos guardamos en el corazón a algún profesor que nos marcó, por su entrega a cambio de casi nada. Es obvio que sigue habiendo miles de ese tipo de maestros, pero por culpa de los exaltados ellos pasaron a segundo plano. También son víctimas.