Si hay una persona calificada, idónea y en extremo experta para describir la original y provocativa obra de Pedro Lemebel, esa persona sin duda es Soledad Bianchi, y ello queda demostrado en
Lemebel. Pocos, mejor dicho ningún especialista conoce tanto y tan a fondo como Bianchi la trayectoria del desaparecido poeta, cuentista, novelista y, sobre todo, cronista que es Lemebel. Desde sus primeros y en apariencia titubeantes pasos en revistas, publicaciones y diarios ya fuera de circulación, sus
performances y su larga fase en la radio Tierra en calidad de licencioso contador de anécdotas, hasta la apoteosis de la popularidad, Bianchi sigue la carrera de Lemebel con erudición exenta de pedantería, con entusiasmo e incluso pasión por sus escritos y con una inmediatez que, al parecer, solo ella tuvo con un escritor único en las letras chilenas y posiblemente también en el conjunto de la literatura hispanoamericana actual. Ya era hora de que apareciera un libro semejante al que concibió Bianchi, pues desde el temprano fallecimiento del autor, en 2015, casi nada de valor relacionado con él ha visto la luz a lo largo de este breve tiempo. Y
Lemebel, además de llenar ese vacío, es un notable compendio que, junto con evocar a este inolvidable creador también cumple la función de interpretar el conjunto de su corpus y nos contagia el enardecimiento de la prosista, de modo que sentimos, como pasa con escasos tomos similares el deseo de leer o releer a Lemebel, quien continúa siendo tan vigente como en su época de más fecundidad.
Soledad Bianchi es una destacada profesora universitaria, una lectora atenta de la lírica nacional de hoy, una divulgadora ejemplar de artistas casi desconocidos en nuestro medio, y así lo prueban
Entre la lluvia y el arcoíris (1983),
La memoria: modelo para armar (1995) o
Pliegues (2014), por citar algunos de sus trabajos. Conoció a Lemebel a mediados de los 80, se hizo íntima amiga de él, participó en diversas correrías junto a Pedro, compartiendo aventuras, buenos y malos ratos y en especial tuvo tanta cercanía con este deslenguado, brillante y heterodoxo literato que resulta casi inevitable que haya compuesto
Lemebel, quizá el mejor volumen sobre este flamígero personaje hasta la fecha. A diferencia de muchos académicos, Bianchi, lejos de encerrarse en una torre de marfil y emplear los metalenguajes universitarios, presenta textos claros, amables, livianos y a la vez profundos, sin abusar de la palabrería o la jerigonza habituales en su medio. Además presentó, de forma comprometida y cariñosa, ante un público enfervorizado, gran parte de la producción de Lemebel, durante unas tres décadas de estrecha proximidad con él. Por último, tanto en esta antología dedicada a examinar la producción del singular virtuoso del idioma, como en otras compilaciones, Soledad Bianchi demuestra un hecho poco frecuente en este país: se puede ejercer la crítica literaria con seriedad, desenvoltura y extensos conocimientos, y al mismo tiempo, tener una genuina relación de afecto hacia aquellos que son objeto de nuestro análisis. Ello no implica, de ninguna manera, zalamería o servilismo hacia quienes estudiamos, sino todo lo contrario: el apego por ciertas personas puede ser mucho más constructivo que el talante despiadado o malhumorado.
Lemebel consiste en ocho ensayos de mediana a breve longitud y abarca, como ya lo dijimos, unos 30 años en el itinerario del multifacético narrador. El primero, llamado “Lemebel de reojo”, puede ser el más interesante de todos, al recrear el ambiente de los talleres literarios en las postrimerías de la dictadura; la súbita aparición de las Yeguas del Apocalipsis, o sea, de Lemebel junto a Francisco Casas y sus audaces montajes; la atmósfera que se vivía en la plaza Italia, en el Parque Forestal; los sitios de encuentro entre homosexuales, entonces perseguidos cual criminales; la aparición del extraordinario y valiente Manifiesto, el “estar siempre al filo de la navaja, a punto, a punto de… (¿querría estarlo o no había cómo escabullirse?), llamar la atención, por voluntad propia o por simple presencia, porque nada le gustaba más que sorprender, asombrar, escandalizar y dejar con la boca abierta por sus excesos, sus impensadas conductas o por sus ocurrentes salidas y rápidas respuestas, sus bromas y burlas, su sarcasmo, humor, chispa, ingenio y, en no tan escasas ocasiones, era terriblemente agresivo, cruel y hasta violento, tal vez por unas copas de más, pero, sobre todo, por opción, porque quería serlo”. Bianchi, familiarizada con Deleuze, Guattari o Steiner, a los cuales menciona con total naturalidad, se detiene con minuciosidad en tres colecciones de crónicas que posiblemente conforman el legado más significativo de Lemebel:
La esquina es mi corazón,
Loco afán y
De perlas y cicatrices. Y hace bien, debido a que es muy probable que las conozca de memoria. Ahí se expresa, de manera inequívoca, el estilo que se ha dado en llamar el neobarroco en lengua española o, en palabras de los propios Lemebel y Bianchi, el “neobarrocho”, en alusión al río Mapocho que divide a Santiago. Sin perjuicio de que la churrigueresca prosa de Lemebel generó otras recopilaciones tan osadas como estas, en ese trío señero para la cultura gay nativa, hay hallazgos y tesoros de pasmosa belleza, de usos lingüísticos inéditos, de grandes momentos, que terminan por convertir a
Lemebel en una auténtica isla del tesoro.
LEMEBELSoledad Bianchi
Editorial Montacerdos,
Santiago, 2019,
136 páginas.
ENSAYO