Siempre es interesante la discusión respecto de si importa más la trama o los personajes. Pasa en la literatura y pasa en el cine. En la literatura, se dice, quizá como un lugar común, que los cuentos funcionan en torno a la trama, mientras que las novelas, en torno a los personajes. En el cine, no está tan claro. Si se cree en esa otra tesis, aquella que dice que los cuentos son más fáciles de convertir en películas que las novelas, entonces, el cine debería ser más trama. Pero hay muchas pruebas que van en sentido contrario. Howard Hawks, por ejemplo, que encarnó la definición del cine clásico de Hollywood, puso casi siempre a los personajes sobre la trama. De hecho, en algunas de sus mejores películas hacía la trama extremadamente simple o derechamente irrelevante para privilegiar a los personajes, ahondar en figuras icónicas que daban vueltas entre sus películas. Una buena medida de la calidad de una película, sin ir más lejos, es la vitalidad de sus personajes: cuánto parecen vivos, posibles, con una presencia que continúa una vez que se apaga la pantalla. Las tramas elaboradas, de hecho, son difíciles de seguir o de recordar. En cambio, hay personajes que se quedan con nosotros durante el resto de la vida, como el Jake La Motta de “El toro salvaje” (1980), el cura de “Roma, ciudad abierta” (1945) o la actriz que encarna Gena Rowlands en “Opening night” (1977).
Esta pequeña vuelta merece darse a raíz de la recién estrenada “Ella es Cristina”, el primer largometraje escrito y dirigido por Gonzalo Maza, hasta ahora conocido, entre otras cosas, como coguionista de las primeras películas de Sebastián Lelio. La cinta relata la amistad o, más bien, trozos de vida de dos mujeres en sus treinta: Susana (Paloma Salas) y Cristina (Mariana Derderián). Susana está cesante (si bien nunca se sabe bien a qué se dedica) y vive en la casa de su madre mientras ella pasa una larga temporada en Italia con su joven toy boy. Cristina se repone de una separación, mientras trata de volver a encontrar inspiración para sus dibujos e ilustraciones. Planteada así, no hay una trama central, un hilo que conduzca la narración. La cinta, en ese sentido, tiene conexión con algunas películas de Linklater, cuyo espíritu continúa presente en el movimiento
mumblecore, con directores como Andrew Bujalski, Joe Swanberg o el mismo Noah Baumbach. Aquí importan más los personajes, sus dudas, sus angustias, las observaciones que sueltan y usan para tratar de distinguirse de su entorno, para definirse a sí mismos. En blanco y negro, muy anclada en ciertos barrios de Ñuñoa, la cinta prefiere observar de cerca lo mínimo que aventurarse a pretender verdades sobre lo grande. Cuando la tendencia en el cine chileno es a pontificar sobre los pecados ajenos, este esfuerzo por retratar a ras de piso se agradece, ya que logra apuntes, especialmente en los retratos de Susana y Cristina, sobre la soledad, la inseguridad y cierta forma de orfandad. Sin embargo, donde la cinta no escapa de la culpa o la moral hegemónica de estos días es en el retrato de los hombres: prácticamente todos en la película son tipos débiles, egoístas, ciegos al otro o abiertamente crueles. Maza aquí carga las tintas y sus personajes masculinos dejan de serlo para parecer más bien caricaturas, muecas de actitudes deleznables. Dado que la cinta se juega mucho en la observación fina, cuidadosa, leve, estas marcas gruesas, a veces reiteradas, hacen que la cinta se sienta algo desbalanceada, irregular, fuera quizá del programa que se trazó a sí misma.
Ella es Cristina
Dirigida por Gonzalo Maza
Con Mariana Derderián, Paloma Salas, Roberto Farías.
Chile, 2019
82 minutos.