Cuando servidor vivía en Colchester, aprovechábamos el verano para salir a recorrer los alrededores. Pero la verdad es que a lo que salíamos era a comer picnics. Y esa costa de East Anglia, asiento de vikingos durante varios siglos hasta que, o los mataron a todos, o se unieron a ellos, es plana, verdecita, con diversos fiordos (que fue lo que atrajo a los vikingos) y esteritos pintorescos y a propósito para refrescar las botellas de blanco y mojarse las patitas los niños.
Nos íbamos a veces hacia el lado de Ipswich, situada al fondo de uno de esos fiordos, y nos deteníamos a inspeccionar las muchas fortificaciones que quedaron después de la Segunda Guerra, construidas para detener a los nazis, por si a éstos se les ocurría imitar, a mil años de distancia, a sus igualmente feroces antecesores. Era mucha cosa.
Pero más cosa era comerse el picnic. Inglaterra no sólo inventó la palabra, sino que es especialista en este modo de comer mientras se viaja o apenas hay un claro entre las nubes: es que eso de poder salir al aire libre sin que le caiga a uno un chaparrón es una fijación del alma inglesa (tal como lo es tenderse in puris
naturalibus en los parques apenas hay unos pocos rayos de sol). Y, como “donde fueres, haz lo que vieres”, cargábamos el Austin con las creaturas y un canasto donde viajaban un pollo fiambre, frutas, vino blanco y una tarta de manzana. Esta era enriquecida con las moras que encontrábamos siempre a la orilla de los caminos rurales que bajaban hacia los fiordos.
Pero la campiña de Ipswich tenía una larga tradición de picnics. Nada menos que el gordo y célebre
Pickwick, que pasó a la historia por ser un poto loco que, dando rienda suelta a su britanicidad, fundó aquel famoso Club (otra institución inglesa) dedicado exclusivamente a viajar y conocer curiosidades y rarezas, gustaba de los simpáticos fiordos y esteritos de Ipswich, fijensé. Pero ¡qué diferencia entre los picnics que hacía él hacia 1827 y los que practicábamos nosotros hará unos cincuenta años atrás!
Pickwick era amigo de los que incluían pollos y lenguas fiambres, jamones y
roast-beefs,
veal pies y
pork pies (o sea, carne de vaca y de chancho “
en croûte”), pastel de perdiz o de pichón, langosta, ensalada y, naturalmente, abundantes botellas de tinto y del otro. Y eso no es nada: Trollope, prolífico novelista inglés del XIX, describe picnics en las playas de esa zona donde se construía un pequeño quincho
ad hoc y se contrataba cantantes, para amenizar…
En un picnic en Noviciado, por aquicito, no máh, hace algunos años, comimos la siguiente ensalada, que es estupenda.
Ensalada de pastaCueza penne al dente. Enfríelos. Mézclelos con tomates, pepinos, pimientos verdes y rojos, aceitunas, algunas anchoas (todo picado en cuadritos). Aliñe con mayonesa casera, sal, pimienta y alcaparras.