¿De qué trata Ella es Cristina? En principio, de Cristina (Mariana Derderián), una treintañera recién separada, insegura, indecisa, algo torpe y algo dependiente, que ha tomado y sigue tomando malas decisiones en su vida amorosa, a pesar de que también es sensible y encantadora. Y trata también de Susana (Paloma Salas), su mejor amiga, otra treintañera menos encantadora pero más decidida, más independiente y más frontalmente responsable (aunque también culposa) de sus decisiones parecidamente malas. Esta parece ser la premisa: ¿Por qué a unas mujeres tan adorables —suponiendo que lo son— les va tan mal?
Cristina y Susana están unidas por una amistad de años, entrañable, y además por el recuerdo de una amiga muerta mientras conducía su bicicleta por un Santiago con automovilistas desconsiderados. Una intervención imprudente de Susana en la vida amorosa de Cristina produce entre ambas una ruptura que se prolongará por meses, aunque no tantos como para que no se reconcilien a la vuelta de nuevos infortunios.
En verdad, Cristina y Susana tienen algo de adolescentes tardías, de mujeres que han retrasado con una mezcla de afán y pasividad su ingreso en la madurez. Son vulnerables, desde luego, y al menos una de ellas —Susana— vive bajo la sombra de una madre que sería fácil describir como castradora. No trabajan, no estudian, no se les ve fuente de ingresos y tampoco son pobres. El dinero tiene tan poca relevancia como la independencia. Son mujeres al borde de un ataque de indeterminación.
La principal razón para simpatizar con ellas no es nada de lo anterior, sino más bien el hecho de que las rodea un repertorio de hombres insufribles, desde un aburrido amigo veterinario hasta un padre sinvergüenza, pasando por un exmarido opresivo y un sobreactuado profesor de dramaturgia, hasta el punto de que sería lícito entender que en último término es de esto que trata
Ella es Cristina: de la ausencia de hombres capaces de hacerse cargo de estos procesos incompletos de maduración femenina.
Pero esta sería, en todo caso, una dimensión encubierta entre otras más visibles, como el enorme esfuerzo de simpatía empeñado en las protagonistas, con su dosis de antiintelectualismo, su pincelada de angustia y tristeza, alguna cita culta caída como al pasar, la valoración de la amistad y la luz al final del túnel.
Hay algo ligero en toda su ejecución, desde la controlada planificación hasta el prudente blanco y negro (es casi imposible imaginarla en color), que la hace parecer libre de cualquier condicionamiento diferente del afecto. Sus pretensiones —que las tiene— están sumergidas con cuidado bajo una pátina de cortesía ingenua. Es una película voluntariosamente optimista, abrigada con corrección política, sin ganas de ofender, minimalista, amistosa como el agua: incolora, inodora, mansa.
Dirección: Gonzalo Maza.
Con: Mariana Derderián, Paloma Salas, Roberto Farías, Néstor Cantillana, Alejandro Goic.
79 minutos.