El cierre de una de las sagas más vivas sobre objetos inanimados de la historia del cine es un epílogo sutil y directo al corazón. Cruzada de temáticas atingentes con los tiempos del #MeToo y el justo empoderamiento femenino, “Toy Story 4” es, sin embargo, más que una aventura de moda. Para empezar, es una película sobre Woody y un nuevo partner: Forky, un juguete “hechizo” manufacturado por una niña a partir de una cuchara plástica y desechos varios, y su existencia, en una idea, justifica gran parte de las notables bromas del arranque de este final. Sin ser la perfecta sinfonía dirigida por John Lasseter en las dos primeras partes de “Toy Story”, esta entrega prodiga una dignísima continuación de los eventos que los fanáticos de la saga conocen bien y su posición en el ranking es quizás cercana, por no decir superior, a la tercera parte, aunque acá hay un valor agregado. El pedal narrativo se acelera hacia lugares nunca antes visto y algo parecido a la independencia y autonomía surge como motor de vida entre este grupo de juguetes, acostumbrados a normalizar una vida de esclavitud para con sus niños. Así, y aunque suene a lectura sui generis, esta “Toy Story” tiene su acierto en los grandes aires de libertad que respira, pese a sus muy pequeños tropiezos, porque lo que importa y de lo que se habla acá es de seguir el camino propio, la autodeterminación y lo doloroso que eso puede resultar. Gran, pero gran pequeña película, esta cuarta parte mantiene el nivel mínimo de excelsa calidad y los seguidores pueden quedar tranquilos: verán, y seguro se repetirán, una buena aventura de “Toy Story”.
EE.UU. Animación. 100 minutos. T.E.