El jueves, en el Teatro Municipal, se presentó el pianista chileno Danor Quinteros, en el marco del Ciclo Grandes Pianistas.
El atractivo programa contempló en la primera parte obras infrecuentes en nuestros escenarios: Nocturno Nº 1, de John Field; la “Introducción y Rondó” Op. 16, de Chopin, y la Suite Nº 2, de Georges Enescu. En la segunda parte, “Miroirs” y “La Valse”, de Ravel.
El irlandés John Field (1782-1837) ostenta el título de “inventor” de los Nocturnos, pequeñas piezas de carácter envueltas en el misterio de la noche, de atmósfera íntima y recogida. La textura es la de melodía con acompañamiento, donde una amplia y sinuosa línea, muy próxima al bel canto belliniano, es apoyada por arpegios del bajo. Esa fue la fisonomía del Nocturno de Field, que no debería ser escuchado solo como preparación de lo que Chopin va a hacer después con sus Nocturnos, sino valorado sin comparaciones. Quinteros brindó una sutil versión haciendo gala de cuidado sonido.
La pieza de Chopin posee un lenguaje muy al servicio de los gustos del salón parisino de su época y privilegia el virtuosismo; hasta se podría decir que hay más interés musical en la notable Introducción que en el Rondó que le sigue, el cual no posee trazos melódicos conspicuos, ni en el tema ni en los episodios. Las exigencias son máximas y Quinteros navegó a sus anchas, derribando cualquier obstáculo y derrochando una técnica portentosa, lo que habría de ser la tónica del concierto. Esto quedó reafirmado en la Suite del rumano Georges Enescu (1881-1955), quien siguiendo el modelo de la suite barroca, construye su obra en torno a cuatro piezas: Toccata, Sarabande, Pavana y Bourrée. La Pavana actúa como un caprichoso e imaginativo remanso contrastante con los movimientos extremos. El lenguaje revela contactos con un neoclasicismo con toques de Debussy, esto último reconocido por el propio autor.
Después del vendaval de notas, Quinteros ejecutó obras de Ravel: “Miroirs” (“Espejos”), donde se reveló como un artífice de finas y refinadas sonoridades, para culminar con “La Valse”, en la versión pianística del propio autor.
“La Valse”, en palabras de Ravel: “Concebí la obra como una suerte de apoteosis del vals vienés, al que se mezcla en mi espíritu, la impresión de un remolino fantástico y fatal”. En su versión orquestal, el mundo decadente de la posguerra se aprecia en las múltiples combinaciones de colores instrumentales. En la versión pianística, el monocromatismo del piano no es apto para expresarlo. A pesar de ello, Quinteros entregó una versión apabullante.
Fuera de programa, el solista realizó una hermosa versión de un Nocturno de Enrique Soro, que mostró la otra cara de un virtuoso pianista.