“¿Qué fue la Rolling Thunder Revue? No tengo idea. Ocurrió hace tanto tiempo, antes de que yo naciera, jaja. De eso no quedan más que cenizas”. Dylan sonríe. Sus ojos gatunos jamás miran a la cámara, casi como advirtiendo que todo lo que sale de su boca, en la película que Scorsese creó a partir del material visual de su gira del 75, tiene que ser tomado con un grano de sal. Observado con distancia, astucia e ironía. Como si fuesen recuerdos de alguien ajeno, de otra persona.
Esa es la primera pista de que “Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese” no es exactamente un documental, aunque mucho de lo que vemos en pantalla sí ocurrió, arriba y abajo del escenario. Es cierto: en ese entonces, fascinado con la idea de revivir las giras de los antiguos músicos de vodevil, el cantautor reunió a una veintena de artistas que irían de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, cantando a lo humano y lo divino. Sería su “proyecto” de cara al inminente bicentenario de Estados Unidos, ambientado en un mundo pos 60, pos Vietnam, pos hippismo y pos Nixon. Sería, además, una película de ficción: de su propio bolsillo pagó equipos y camarógrafos que los seguirían a todo evento; el fogueado músico Ronnie Hawkins encarnaría a un sujeto llamado Bob Dylan, mientras que Bob y su esposa Sara, al menos frente a las cámaras, serían “Renaldo y Clara”.
Ese, de hecho, fue el título del filme, estrenado en enero de 1978. Duraba cuatro largas horas, incluyendo canciones, diálogos improvisados y una buena cuota de misterio y locuras. Los críticos lo hicieron pedazos y rápidamente desapareció del mapa —apenas pasó por tv, y nunca llegó al vhs o dvd— para regresar cuarenta años después y con otro envase: mucho del material filmado en 16 milímetros por Dylan y su equipo está integrado a la cinta de Scorsese; la mayor parte ahora funciona en clave documental, pero algo del espíritu juguetón de “Renaldo and Clara” no se perdió. Al menos cuatro de los entrevistados —entre ellos, la mismísima Sharon Stone, que según la película a los 19 años se suma a la
troupe— son totalmente ficcionados y, pese a que sus historias son muy sabrosas, nunca fueron parte de la gira. El mánager. El cineasta. La reina de belleza. El joven congresista. Dylan se divierte en grande “recordando” a estos personajes y, básicamente, mintiendo como condenado; y Scorsese se mete en el juego a fondo, le saca punta a los episodios apócrifos —a este cúmulo de “
fake news”, como algún crítico gringo dijo por ahí—, obteniendo a partir de todas esas falsedades una suerte de verdad, una que da cuenta del perenne juego de máscaras que el cantante ha ido representando ante su público durante casi seis décadas, y que se expresa a la perfección en las fascinantes secuencias musicales: Bob y su banda presentándose en antiguos salones de baile, clubes sociales, juntas de vecinos, pequeños teatros de pueblo y salas de concierto, junto a compinches del tamaño de Allen Ginsberg, Joan Baez, Patti Smith o Joni Mitchell; transformando sus clásicos de los 60 hasta hacer de ellos creaciones nuevas, y volviéndose él mismo una figura tan intemporal como ubicua, sea frente al micrófono con su enigmático maquillaje blanco; al volante, manejando el bus de la banda; meditando en silencio junto a Ginsberg, ante la tumba de Kerouac; o convertido en una suerte de anciano Homero, que desde el presente recuerda, inventa y olvida trozos de su propia épica. Todos esos son Dylan, pero ninguno exactamente Bob.
Rolling Thunder Revue: a Bob Dylan Story
Con Bob Dylan y Joan Baez.
Dirección de Martin Scorsese.
Estados Unidos, 2019, 142 minutos.
Disponible en Netflix.