Sao Paulo recibe con esa brutalidad propia de las megápolis: un tráfico feroz y manifestaciones en el aeropuerto. Los ciudadanos se movilizan en desacuerdo con la reforma previsional que propone el gobierno de Jair Bolsonaro. No se aprecia que por la noche, en el estadio Morumbí, se inicia la cuadragésima sexta edición de la Copa América. Falta ambiente y nervio, tal como en Chile, donde campea el pesimismo.
El clima en el aeropuerto de Santiago fue distinto al de otros torneos recientes en las expediciones de la selección nacional: pocas camisetas rojas, que contrastan con la enorme cantidad de hinchas peruanos en la zona de embarque y también en la llegada a Guarulhos, el principal terminal aéreo paulista.
La sensación es similar a la de hace unos años, cuando la “Marea Roja” inundaba cualquier ciudad sudamericana donde jugara Chile. Los hinchas peruanos viven ahora la luna de miel que surgió tras la clasificación a Rusia 2018 y se ilusionan con la escuadra de Ricardo Gareca.
En la semana anterior a esta Copa América no escuché a nadie decir que el conjunto que dirige Reinaldo Rueda superará la primera fase. La desesperanza se instaló por los resultados en los amistosos, pero ante todo por el quiebre que sufrió el grupo ganador de dos Copa América, que disputó dos mundiales y que jugó la final de la Copa Confederaciones 2017.
La destrucción de las confianzas internas generó un efecto extraño en la afición. El tema es que llegó la hora de los
quiubos y este plantel necesita al menos superar los tres partidos iniciales. Rueda lo dijo en varias ocasiones, pero lo enfatizó antes de viajar a Brasil: pretender que se mantenga la intensidad de 2010 y 2014 es imposible, porque el grueso de los titulares ya superó los 30 años.
La ley de la vida. Sin embargo, la experiencia y técnica sobresaliente de buena parte de los titulares permiten creer en las posibilidades de Chile. Un mediocampo con Charles Aránguiz, Erick Pulgar y Arturo Vidal garantiza juego, precisión, movilidad y marca.
Por su historia en la Roja, Eduardo Vargas invita a creer en la recuperación del poder de fuego, aunque lo más relevante es ver si Alexis Sánchez se acerca al crack que superó todos los récords en la selección chilena.
En la medida que el tocopillano gane en confianza, el equipo crecerá. Por su velocidad, freno, definición y desequilibrio individual, en el 75 por ciento de sus condiciones, el hasta ahora jugador del Manchester United transforma al cuadro en uno capaz de competir.
Sánchez viene de su peor campaña en el profesionalismo. Esta Copa América es una posibilidad maravillosa de reinstalarse en la élite internacional. Su carrera e historia con la selección merecen una vuelta de tuerca en un torneo de esta envergadura.
Si lo consigue, junto a sus compañeros, es posible que los aficionados vuelvan a reencantarse y las camisetas rojas retornen como paisaje habitual de los aeropuertos del continente.
Chile a la cancha.