A comienzos de los 2000, Olivier Assayas era ampliamente admirado entre la crítica francesa por su cámara inquieta, su tendencia a obstruir el campo visual y su gusto por cortar justo en los momentos en que debía ocurrir algo importante. Con el tiempo, el estilo de Assayas se fue tranquilizando (solo le queda lo del corte en el instante crucial) y sus películas empezaron a parecerse a las de Éric Rohmer en su manera de dar valor a la relación entre palabra e imagen. Algunos dicen, con cierto declive ofensivo, que también se parece al Woody Allen de los 80.
Escritor y excrítico de
Cahiers du Cinéma, Assayas es en realidad un tipo inteligente con permanentes deseos de mostrar que lo es. Sus personajes dicen cosas inteligentes y sus discusiones suelen ser interesantes. En esta película, por ejemplo, el editor de libros Alain Danielson (Guillaume Canet) trata de oponer una visceral (y a sabiendas que es inútil) resistencia a las ideas de que el libro de papel está desapareciendo, que los contenidos “se desmaterializan” y que el juicio crítico está siendo sustituido por los logaritmos. Parte del debate lo libra contra su amante, Laure (Christa Theret), que es justamente su editora de libros digitales.
El otro protagonista es el escritor Léonard Spiegel (Vincent Macaigne), que solo sabe escribir acerca de sus experiencias personales, “autoficciones” en las que suele revelar secretos privados de sus amoríos, sin permiso ni aviso. Y ocurre que el editor Alain ya no quiere publicar más sus libros porque detesta esas revelaciones, donde podría haber alguna conocida. Su esposa, Selena (Juliette Binoche), opina lo contrario, mientras que la del escritor, Valérie (Nora Hamzawi), no se interesa demasiado. La primera es actriz de series policiales; la segunda, asesora de un político socialista al que todos respetan por su decencia política, hasta que…
Así, mientras discuten sobre la crisis del libro y la doble vida de los contenidos, ellos mismos llevan vidas dobles que a la vez se reflejan en sus propias producciones y en sus avatares sexuales. Un juego de espejos infinitos, un laberinto de palabras e ideas que se autofagocitan. No hay ningún personaje admirable, pero todos son simpáticos. Nadie tiene problemas económicos, son vidas cómodas y llevaderas. Assayas les confiere a sus líos la levedad de la comedia de enredos.
Es un “cine de prosa”, como defendía Rohmer, solo que en Rohmer las cosas siempre importan algo, porque en alguna parte está el bien. En
Doubles vies nada importa mucho: ha desaparecido toda idea de un bien posible. Solo queda un suave cinismo.
Dirección: Olivier Assayas.
Con: Guillaume Canet, Juliette Binoche, Vincent Macaigne.
108 minutos.