La sala “Chile antes de Chile”. Una serie de vasijas de formas diversas, unificadas por el color de la tierra, suspendidas dentro de sólidos prismas vidriados, rigurosamente proporcionados, van replicando sus siluetas entre reflejos, como los ecos de voces antiguas. Al fondo, un quipu se despliega como una constelación misteriosa; en el otro extremo, un conjunto de chemamülles vigila el paso, bajo la luz de un tragaluz tan monumental como sobrio. La rigurosa contemporaneidad de la arquitectura de Smiljan Radic se recorta con nitidez respecto de la extensa temporalidad tanto de los tesoros del Museo Chileno de Arte Precolombino como del propio edificio que lo alberga. Es quizás el conjunto estético más fino que tenemos en el país, infalible y convincente ejercicio de reputación frente a una visita extranjera.
Nuestra mejor versión de un país moderno es ese pasado puesto en valor en comparecencia de su tiempo presente. Formas vivas que, a pesar de su distancia histórica, se vuelven vigentes, como un estado natural de la racionalidad, despejada de prejuicios y accesorios retóricos. Esa admiración de los orígenes y su sentido arcano es lo que movió a Sergio Larraín García-Moreno, quien, a la vez que observaba la arquitectura de vanguardia, también coleccionaba las más finas piezas precolombinas que dieron origen al museo. Las formas que interpelaron a los creadores hace siglos siguen con su sentido en latencia en los objetos. La orientación cósmica en la partición cardinal de un círculo o las inconfundibles expresiones antropomorfas. Para Picasso, las máscaras africanas no solo eran una síntesis plástica, sino que además fungían como “mediadoras” de una espiritualidad antigua.
Las vanguardias del siglo XX acudieron a la abstracción que ofrecían los referentes distantes en la cultura y el tiempo. Las texturas hipnóticas de la música gamelán en Debussy, los ritmos folclóricos que subyacen en algunas piezas de Stravinsky o que se vuelven la estructura declarada de las composiciones de Bartok. Crear lo nuevo enraizado en lo primitivo responde a la búsqueda de lo auténtico en su más prístina desnudez humana. Una experiencia intelectual que nos ofrece el Museo Chileno de Arte Precolombino muy saludable de retomar en nuestra era de réplicas vacías.