Se alinearon los astros y en Chile tenemos a la
mezzosoprano francesa Sophie Koch cantando Octavian en “Der Rosenkavalier” (“El Caballero de la Rosa”, de Richard Strauss). Hace años que no se veía en la temporada lírica una artista de su altura musical e interpretativa, y su éxito demuestra que en las bases de la ópera está eso más allá que cualquier digresión escénica que, por cierto, puede ser interesante y abrir nuevas perspectivas teatrales, pero que siempre termina por ser un aspecto complementario.
“Der Rosenkavalier” se debate, con refinamiento, emoción y sin escándalo, entre alternativas eróticas y sociales: una sensible mujer mayor (la Mariscala) tiene de amante a un joven de 17, mientras un libidinoso noble en la ruina quiere casarse con la hija
teenager de un burgués rico, que a su vez aspira a este matrimonio para alcanzar posiciones de alcurnia. La cordura la aporta la Mariscala, resignada finalmente al inexorable paso del tiempo, que seguro extrañará la fogosidad de su “Quinquin”, pero que renuncia a él para entregarlo a los brazos de la niña subastada por su padre.
El espléndido libreto es de Hugo von Hofmannsthal, donde el tono de comedia no excluye la nostalgia y la descripción del fin de una época. Al cénit se llega a través del trío doloroso y sublime del tercer acto (“Hab mir's gelobt”), que deja a la audiencia en una suerte de contemplación extática, como ocurrió en el Municipal de Santiago con las voces de Sophie Koch (superior como Octavian, personaje que domina hasta en sus más mínimos detalles teatrales y musicales), Celine Byrne (Mariscala de hermosa línea de canto, volumen de voz pequeño y que debe todavía profundizar en su difícil rol) y la estupenda soprano Elbenita Kajtazi (Sophie de fuerte personalidad y cristalinos pianísimos). Correcto el ruidoso, desagradable y zafio Barón Ochs de Lerchenau del bajo-barítono Jürgen Linn, buen actor y cuya voz, si no particularmente atractiva, tiene buenos centros y graves, y excelente el arribista Faninal del barítono Patricio Sabaté, sólido en lo vocal y en lo escénico.
La
régie de Alejandro Chacón sitúa la acción hacia mediados del siglo XVIII, como especifica el libreto, y evidencia con rudeza las divisiones de clase y el contraste entre una nobleza en declive, los nuevos ricos, los intrigantes y los pobres. El anacronismo del vals, presente en la partitura, sirve aquí para improvisar un baile durante el asedio de Ochs a Sophie, escena que completa la humillación a la que se somete a la joven: “Tiene una exquisita muñeca, me gusta. Es una rara virtud entre los burgueses”. Los diseños escenográficos (Sergio Loro) y de vestuario (Adán Martínez) viajan, de ida y vuelta, desde un alicaído esplendor (habitación de la Mariscala) a la caricatura (la casa de Faninal, con decorados de palmeras en sus paredes), lo mismo que el vestuario, con algunos modelitos pasmosos que dejarían con la boca abierta a Jean Paul Gaultier, como el atavío del tenor italiano (un algo estentóreo David Junghoon Kim).
Maximiano Valdés condujo a la Orquesta Filarmónica por esta compleja partitura, cuidando con delicadeza a las voces. Está pendiente lo que él quiere decir como intérprete, su versión, pero en términos de logros sonoros, tuvo como puntos cúlmines la curiosa y colorida polifonía del primer acto, con esa mezcla del aria en italiano, el estribillo de las huérfanas y las discusiones entre Ochs y el notario; “la entrega de la rosa de plata”, con los acordes eufónicos a cargo de flautas, violines, arpa y celesta, que lleva al reconocimiento del amor entre los jóvenes, y el trío del último acto, de evocador clima otoñal. El Coro del Teatro Municipal (dirección de Jorge Klastornick) y el Coro de Niños (dirección de Cecilia Barrientos) lucieron plenos en energía vocal y participación escénica. En el extenso reparto destacaron también Marcela González (Marianne), Paul Kaufmann (Valzacchi), María Luisa Merino (Annina), Jaime Mondaca (Comisario), Pedro Espinoza (Mayordomo de la Mariscala), Claudio Cerda (Mayordomo de Faninal), Francisco Salgado (Notario) y Gonzalo Araya (Tabernero).