Hay una vieja y mala película de Hugh Grant —aunque él es siempre irresistible actuando de sí mismo— sobre un inglés que en 1917 viaja a verificar la altura de una montaña de Gales. El asunto es vital. El monte es una atracción del lugar y le permite al villorrio contiguo aparecer en los mapas. La medición detecta que, por unos metros o más bien “pies”, al montículo no le da para montaña, sino solo para colina. Desolado, el pueblo decide trasladar tierra a paladas hasta volver a tener una montaña.
La cinta —titulada “El inglés que subió una colina pero bajó una montaña”— se basa en un relato galés y me la mencionó, durante una entrevista, un prestigioso ejecutivo chileno de una empresa global de archivos computacionales. Nacido en Magallanes y amante de los mapas antiguos, el ejecutivo vivía en Suiza, pero siempre con un ojo puesto en su país natal. Y le asombraba lo poco que los chilenos conocían de nuestra geografía y sus potencialidades. Lo ejemplificaba con la radiación solar en Atacama y sus inmensas posibilidades energéticas.
Ahora, cuando arrecia la discusión sobre el currículum escolar y la asignatura de Historia —una controversia con muchos titulares y pocos argumentos específicos—, llama la atención la escasa mención de la geografía en el debate. Según me informan, la geografía de Chile está presente en los contenidos de casi toda la educación básica y también en media, pero muchas veces en la sala de clases es omitida, arrinconada o tratada en formatos poco atractivos. Tampoco ayudaban en el aprendizaje los caóticos números que fueron adquiriendo las regiones. Hasta el año pasado teníamos la XIV Región de Los Ríos y —casi tres mil kilómetros al norte— la XV Región de Arica y Parinacota, algo digno de “Los tres chiflados”.
La geografía posee una íntima vinculación con nuestra historia y patrimonio cultural, con las buenas formas de habitar el territorio (acordes con el clima y el relieve), con nuestros pueblos ancestrales y los apelativos que le dieron a su entorno. La toponimia que nace de las culturas originarias suele decir mucho del lugar o de su pasado. Maule viene de “lluvioso”, Llanquihue significa “lugar hundido”, Talca proviene de “trueno” y Calbuco de “aguas azules”. Según el académico Gilberto Sánchez, hay toponimia mapuche desde Coquimbo hasta Chiloé. Algunos de estos nombres tienen mucha poesía, al igual que términos españoles, como el “fiordo de Última Esperanza”.
En tiempos de cambio climático, de búsqueda de sustentabilidad y energía limpias, de medidas contra el centralismo, la enseñanza de esta loca geografía no debe relegarse, es parte esencial de nuestra riqueza natural y cultural. Como sí lo sabían los habitantes de Ffynnon Garw, la aldea galesa que se enfrenta al siempre distraído Hugh Grant.