Los ingleses dicen “
the proof of the pie is in the eating”: la prueba de fuego del
pie es el momento de comerlo. Puede verse estupendo, pueden encomiarnos sus ingredientes.
Nequaquam: désele un mordisco y ahí se verá. Pasa lo mismo que con novias y alcachofas: vaya sacándoseles una a una las hojas y, al final, se verá qué tenemos verdaderamente.
Si Ud. lee prospectos de hoteles en Italia, todo es maravilloso. Y llega Ud. al lugar y se encuentra con piezucas mínimas, que dan a un patio interior mínimo, con una tina de baño, eso sí, enorme, pero en la cual el agua no se va.
Previendo parecidos inconvenientes, un prelado bávaro, allá por el siglo XII, que debía ir a Roma por asuntos que la historia no registró (quizá sea mejor así), envió con una semana de anticipación a su paje a que inspeccionara la “oferta hotelera” de los lugares por los que había de pasar, fijándose, sobre todo, no en el tamaño de la tina y otras nimiedades, sino en la calidad del vino que se servía a los viandantes.
Partió el paje más que contento con el encargo, que le significaba tener que catarlo todo, ¡todo! Y a modo de estrellas Michelin, debía pintar junto a la puerta de cada mesón un “Est” si el vino era potable, y “Non est” si no lo era. Alegre como unas pascuas, remontó los Alpes en un dos por tres, llegó a la Engadina, uno de los lugares más paradisíacos de esas partes, y se descolgó por el paso de Maloja hacia Milán. Y ahí comenzó su envidiable encargo, bajando hacia Florencia para terminar en Roma.
Conforme avanzaba, se multiplicaban los “Non est”: el gaznápiro estaba acostumbrado a los vinos gordos de Borgoña, que eran los que llegaban a Baviera, y esos vinachos flojos y aguachentos que le ofrecían no le parecían bien en lo más mínimo. Hasta que, de repente, en un caserío cerca de la ciudad eterna, Montefiascone, descubrió uno tan excelente que, en el colmo del entusiasmo, garrapateó en la pared no uno sino tres “Est”: “Est! Est! Est!”.
Detracito llegó el obispo y quedó tan encantado con el vino de Montefiascone que, al cabo de algunos años, cuando tuvo que suspender su consumo por causa de muerte, no partió de este mundo antes de haber dejado un sustancioso legado de sus sustanciosas faltriqueras a la buena gente de aquel sustancioso lugar.
¿Ve, Usía? Eso era viajar. De cata y paladeo en paladeo y cata. Total, no había apuro, no había aviones que perder, Roma no se movió jamás un metro de donde la fundaron dos mil años antes.
StraciatellaCaliente 1 l de caldo de carne, bien sabroso (puede ser de cubo). Bata 4 huevos, agrégueles queso rallado, nuez moscada, sal. Vuélquelos al caldo, batiendo con batidora para que se formen hilos. Cueza 2 minutos. Sirva.