A fines de los 60 sonaba en las radios una canción de Charles Aznavour que en una parte decía “apaga la luz”, si no me equivoco como un llamado a una situación de intimidad romántica. Estoy seguro de que en 1969 circuló un chiste, en el sentido de que esa era la canción de Chilectra. El chiste es fomísimo pero en ese momento todos lo celebraban incluso con explosiones de risa. Para peor, hay que dar explicaciones: Chilectra sería equivalente al Enel de nuestros días, y hacía llamados a ahorrar electricidad probablemente por causa de la sequía feroz de ese año.
Los que idealizan los viejos tiempos deberían revisar las rutinas de los cómicos o investigar sobre los chistes de propagación oral de las épocas de su interés. Por cierto, en el humor hay elementos universales, pero también es nítida la dependencia contextual, tanto como los subentendidos generacionales. Esto logra que muchas veces, aquello que recordamos con hilaridad no nos produzca nada sino indiferencia mirado con nuestros condicionantes actuales. ¿Qué decir de los estudiantes que ante la visita de Perón en los años 50 expresaban su rebeldía gritando “taca-taca, Perón vaca”?
Raúl Ruiz se percató de que los chistes marcan momentos específicos en la existencia de la sociedad, o bien operan como correlatos descoyuntados de los acontecimientos históricos. Entendemos que la historia de “Palomita blanca” se da en las cercanías de la elección del 70, entre el triunfo de Allende y su ratificación por el Congreso, pero el chiste de la guagüita y el chupete —que en la película se cuenta varias veces— no es el reverso psicológico de la situación general: no tiene nada que ver con los hechos acuciantes que todos conocemos. No funciona como metáfora ni como metonimia de lo que se entendía como la realidad del momento.
Germán Marín me confió alguna vez su versión del origen del uso de la palabra “escoba” en la acepción chilena, es decir como retruco ante una acusación cualquiera. Según él, esto nació de un
sketch lindante con la estupidez a cargo de dos cómicos de revista, de gran popularidad en los años 40. Uno de ellos respondía a los cargos que le hacía su compañero limpiándose compulsivamente la solapa de la chaqueta al tiempo que repetía “escobita, escobita”.
Fernando Ravani acaba de sacar un libro con sus memorias, que —según puedo deducir de las entrevistas que ha dado en la televisión— proyecta el entramado del humor popular durante la época de la UP y —más extensamente, por cierto— en el período de la dictadura.
Habría que ver la posibilidad de escribir una historia de Chile a través de sus cómicos. Entre la castración de la política y el deseo compensatorio de la risa habría al menos una relación de naturaleza histérica. Acuérdense del Palta Meléndez cuando su show flaqueaba en Viña: sacó la voz de Pinochet y los que pifiaban se pusieron a reír. Fue un misilazo lanzado directo al inconsciente de la galería.