Una actriz (Juliette Binoche) se queja con un amigo porque sospecha que su marido, un prestigioso editor (Guillaume Canet), tiene una amante. Pero no cuenta nada respecto de que ella sí tiene un amante, nadie menos que un escritor (Vincent Macaigne) editado por su marido. Al mismo tiempo, el editor sí tiene una amante, una joven ambiciosa que trabaja en digitalizar su editorial (Christa Théret). Ella, a su vez, tiene como amante a una mujer que le pide que se defina en el género de sus preferencias sexuales. Las novelas del escritor, a todo esto, no hacen más que hablar de sí mismo y contar sus dilemas afectivos apenas desfigurados, de manera que él es quizá el único que cuenta la verdad entre los personajes de esta película coral (aunque se supone que las novelas, como tal, son ficción).
Una manera de leer “Doubles Vies”, última cinta del gran Oliver Assayas, es verla como una reflexión en torno a cómo todos mentimos en determinadas ocasiones o, en su otra cara, presentimos verdades que preferimos no saber. Al mismo tiempo, los personajes hablan y hablan sobre los tiempos modernos, sobre la digitalización de la vida, sobre el destino de los libros y de la cultura en un mundo de redes sociales, series de televisión, teléfonos,
tablets y computadores de los que no nos podemos separar. La modernidad digital es el mar donde los personajes hacen cosas tan viejas como el hilo negro: mentir, engañarse, trabajar, amarse, comer y conversar. Por supuesto, Assayas es un director demasiado fino, inteligente, para creer que la digitalización cambia demasiado la vida. Sus personajes podrían estar en una película de Rohmer de cuarenta años atrás y no harían cosas muy distintas. Sus temas de conversación serían quizá otros —Pascal, Rousseau, Balzac—, pero hombres y mujeres siguen siendo igual de febles, necesitados de cariño y de confirmaciones de sí mismos, discretos en sus búsquedas para no causar tanto daño.
Esto es muy francés, por supuesto. El cine norteamericano rara vez aborda la mentira y los afectos con esta levedad, con esta soltura, con la sensación de que el mundo no se viene abajo en un quiebre, en una despedida. La mentira, en el mundo protestante del cine norteamericano, suele tener consecuencias más graves. Pero a Assayas, que estrenó esta cinta el año pasado en el Festival de Venecia, con 63 años, no le interesa hacer drama con su material, sino dibujar personajes en sus múltiples sutilezas y capas. Revelar cómo la verdad que se muestra a uno es distinta que la verdad que se muestra a otro. Nadie conoce a nadie por completo. La mentira conduce a tener, como dice el título, dobles vidas. La ficción, en las novelas del escritor pero también en la película misma como artefacto, es otra forma de vida paralela. La cinta, incluso, da cuenta de un negocio en curso que resulta ser también una impostación, una mentira. Pero el punto más lúcido —o cómico— de la cinta en el sentido de autoconciencia es cuando uno de los personajes habla de que podrían pedirle a Juliette Binoche que grabe un audiolibro, cuando la propia Juliette Binoche está en escena (aunque, bueno, se llama Selena).
Con estos materiales y acercamiento, como es fácil imaginar, Assayas no hace su película más desgarradora. En ese sentido, “Clean” (2004), “Las horas del verano” (2008) o, incluso, “Clouds of Sils Maria” (2014) eran cintas con personajes sometidos a mayor presión, de resultados más emocionalmente intensos. Pero el cine de Assayas no siempre se juega en esa clave y “Doubles Vies”, sin ser tampoco una cinta puramente mental, se mueve entre la observación social, la comedia de costumbres y la reflexión en torno a la naturaleza humana. Su fineza es exquisita y su encanto, innegable.