¿Alguien puede imaginar que un grupo humano, después de una década y más, esté libre de conflictos, envidias, maledicencias y rupturas?
Nadie. En cualquier oficio y profesión. Menos cuando es una armada de futbolistas, todos exitosos, y varios exitosos y millonarios. Y la mayoría activos en las redes sociales.
Los dirigentes de la ANFP —posteriores a Sergio Jadue—, y luego el entrenador Reinaldo Rueda, son los responsables de una selección en riesgo de desintegrarse por sus trapos al sol, que pierde de a poco lo más preciado: respeto.
No fueron capaces de construir un relato que detuviera la gangrena de las derrotas y los triunfos, porque ambos infectan y enferman, tanto ganar dos Copas América como no clasificar a un Mundial.
Era un trabajo arduo para el técnico colombiano: reparar relaciones humanas descompuestas por el coliseo. Hay técnicas y ciencia. Hay psicología individual y social. En situaciones más dramáticas se logró la reconciliación, no para siempre, porque eso no existe, pero al menos mientras dure la misión.
Rueda, cuando llegó a Chile, no afrontaba en lo inmediato competencia alguna y era un extranjero respetado y con experiencia. Para decirlo más breve: con sabiduría, no contaminado por el medio y con el objetivo de ordenar las huestes, secar la ira y no convertirlos en los amigos que nunca han sido, pero al menos recomponer eso tan volátil que se llama grupo humano.
El colombiano retardó hasta donde pudo el cara a cara con ese equipo.
Y quizás lo evitó, porque intuía lo enorme de la tarea.
En vez de enfrentarla, se refugió en jugadores amables y se concentró en los microciclos, con la búsqueda del recambio que goza de buena prensa. Una búsqueda de sucesión y herederos que no dio resultados. Solo en ese trance y no antes, encaró lo inevitable, al equipo antiguo y enemistado, gruñón, rico y mañoso. E hizo tarde, por supuesto, lo que debió acometer desde el comienzo: rearmar la selección histórica con sus códigos, para construir un relato de integración sin exclusiones ni exiliados.
El relato de una despedida con dos estaciones: primero la Copa América de Brasil y luego las clasificatorias para Qatar 2022.
Y que vayan quedando en el camino y despidiéndose de a uno. Incluso derrotados, pero es lo que merecen. Estar con ellos, siempre, incluso cuando queden botados y en la cuneta. Ni búsqueda de reemplazo ni recambio generacional ni tonterías políticamente correctas. Con los viejos hasta el final y con el sentimiento azul, la garra blanca, el signo de los cruzados y cada una de las divisas del reino: de Arica a Puerto Williams.
¿Hasta cuándo?
Hasta donde el fútbol y el equipo aguanten.
Hasta que termine la historia de la generación dorada.
Hasta taparlos con diarios.